miércoles, 5 de septiembre de 2012

Tú mismo

Llovía. Las gotas golpeaban la ventana de su cocina y su ruido se acompasaba con el de las agujas del reloj. Formaban una melodía extraña.
El tiempo lloraba y dolía, pero nunca dejaba de pasar. Aunque ahora ya le daba igual.
En realidad, no le estaba prestando atención, simplemente, miraba como aquel cigarro se consumía poco a poco en su mano, y como aquel café se enfriaba en una vieja taza de porcelana, que había sido de su abuela...
Cuando pensó en su abuela notó un nudo en la garganta, sabía que no le gustaría en lo que se había convertido, sabía que la defraudaría, ni siquiera se gustaba a ella misma, de echo, ya no le gustaba nada, no, ya no le prestaba atención a nada...
Simplemente, estaba por estar. Ausente e impasible a todo.
Pero otra vez, ignoró sus pensamientos, ignoró esa sensación de vacío, como ya estaba muy acostumbrada a hacer. Demasiado, quizás ya no hubiese remedio...
Quizás ya no tenía emociones, igual que no tenía metas, igual que no tenía razones para levantarse por la mañana, para quitarse el pijama...
El gato se subió a sus rodillas, ella lo miró y lo acarició por inercia, no eran caricias de cariño, solamente pasaba la mano por su pelaje, como estaba acostumbrada a hacer, porque sí. Solo porque sí. Como todo. Como respirar.
El gato lo sabía, el gato estaba triste, pero no podía hacer nada más que intentar atraer su atención con algún que otro maullido, con algún ronroneo, sin conseguirlo.
Tarde o temprano, también se acabaría contagiando de su apatía.
Entonces, una canción entró desde fuera, conocía demasiado bien esa canción...
Un piano... Hacía ya mucho que no tocaba el piano, estaba allí en el salón, cubierto de polvo, viejo, descuidado, desafinado. Seguramente se le había olvidado. Igual que se le había olvidado escribir. Ya no sabría coger un bolígrafo y llenar páginas y páginas de una libreta, de una de sus libretas de escribir, de esas que ahora yacían en una caja de los recuerdos, en algún rincón olvidado de su armario. Todas sus palabras, todos sus pensamientos, su vida, estaba allí encerrado, junto con sus partituras...
Todo lo que le había importado alguna vez, todo lo que la había hecho sentir, estaba guardado, en un rincón, viejas fotos, diarios, discos, libros... todo.
Recordó como su vida, como ella misma, había desaparecido, como se había ido tras un coche un día gris, y como, desde aquella, simplemente, estaba por estar.
Por un momento, quiso levantarse, romperlo todo, y volver, volver. Gritar y ser.
"¿Quién mueve los hilos para volver a empezar?" -se preguntó. Desgraciadamente sabía de sobras la respuesta, pero esa sensación desapareció tan rápido como vino, no se sentía con ánimos de volver a luchar, estaba cansada, quizás mañana...
Le gustaba mucho mentirse a si misma.