martes, 11 de febrero de 2014

Érase una vez...

Esferas azules, sin techo, reinaban en aquel verano de nubes de algodón y estrellas fugaces. El horizonte y el mar se fundían en una carrera eterna hacia el infinito, libres, acompañados de golondrinas, hadas de papel y lobos que aullaban a la luna.  
Fue una estación azul. Fue música. 
La primera vez que te vi, llevabas puesta una camiseta verde a rayas y la más bonita de las sonrisas. Un guiño.  
Una esencia retornaba de tu mano. De pronto algo cambió, un destello en mis ojos que volvía acompañado de las palabras más dulces dichas por una boca a primera vista.  
Rebosabas pasión, fuerza, energía. Por un extraordinario momento no existió el tiempo, tu voz sonó, ahora en la lejanía, y las agujas del reloj se detuvieron dos eternidades antes de volver a avanzar y poner un nuevo capítulo en un libro hacía tiempo vacío. Y se le dió cuerda al metrónomo, que todavía cambia de tempo según la sinfonía que interpreten tus bailes y mis parpadeos.  
Aquel día, cuando te vi por primera vez, no analicé mis propios pensamientos y solo temblé ante tus encantos.  
La arena volvió a cerrar los ojos y a respirar el olor a mar. Espirales hicieron de mi cuerpo una peonza y solamente me dejé llevar. Acariciando tu ser invisible en aquella nebulosa que duró un suspiro.  
Cuando volví a sentir el tacto del suelo en mis botas, me di cuenta de que ya te había estado buscando, de que ya te había soñado... En mis poesías, mis libros, en las canciones que erizan la piel y las películas inolvidables. En las mejores escenas donde, la banda sonora, crece de repente para convertirse en un impulso, en una explosión que hace suyo el mundo por un instante... Caí en la cuenta. Eras tú.  
Y allí, en la penumbra de un bosque de mesas con olor a cerveza, allí, donde la risa asciende al ritmo de los brindis, me enamoré, sin saberlo, de la sonrisa más bonita que recuerdo y de una camiseta verde a rayas.
“…No te enamores de una mujer que lee, de una mujer que siente demasiado, de una mujer que escribe… No te enamores de una mujer culta, maga, delirante, loca. No te enamores de una mujer que piensa, que sabe lo que sabe y además sabe volar; una mujer segura de sí misma. No te enamores de una mujer que se ríe o llora haciendo el amor, que sabe convertir en espíritu su carne; y mucho menos de una que ame la poesía (esas son las más peligrosas), o que se quede media hora contemplando una pintura y no sepa vivir sin la música. No te enamores de una mujer a la que le interese la política y que sea rebelde y sienta un inmenso horror por las injusticias. Una que no le guste para nada ver televisión. Ni de una mujer que es bella sin importar las características de su cara y de su cuerpo. No te enamores de una mujer intensa, lúdica, lúcida e irreverente. No quieras enamorarte de una mujer así. Porque cuando te enamoras de una mujer como esa, se quede ella contigo o no, te ame ella o no, de ella, de una mujer así, JAMAS se regresa…”


lunes, 10 de febrero de 2014

A woman left lonely

Un escalofrío recorría las sábanas igual que un blues acariciaba su cuerpo. Una guitarra lejana hizo amanecer, el sol se estiró, perezoso, y cubrió su piel de reflejos dorados que se colaban entre las persianas... Jugó con ellos. Dejó que se escabulleran entre sus manos, los atrapó en vano. Se detuvo, y los observó, como alguien observa un recuerdo que creía haber olvidado.
Se levantó de la cama y olvidó dejar pasar la luz. Puso sus pies desnudos en el suelo, estaba helado...
Caminar descalza siempre había sido uno de sus placeres favoritos, dejarse llevar, despacio, a donde la guiasen sus pies. Pero eso, cuando todavía respiraba la compañía de las pequeñas maravillas de la vida. Ahora, la soledad ya no era dulce.
Ahora, todas las mañanas tenían sabor a café amargo y no iban acompañadas de poesía.