sábado, 31 de diciembre de 2011

Adiós y Hola

Y hoy me doy cuenta de lo rápido que pasa el tiempo, y de lo mucho que cambian las cosas. Hoy, recuerdo Enero y veo Diciembre, y me hubiese gustado quedarme siempre en Agosto. Y hoy, pienso en todo lo que ha pasado este largo año...  y no puedo evitar sonreír a pesar de todo.
He echo cosas que jamás creía que haría, he llorado hasta que ya no me quedaban lágrimas, me he caído hasta decir "No volveré a levantarme jamás", he sufrido como nadie, he descubierto mentiras de las que jamás se olvidan, me he despedido de gente que creí que nunca se iría, he cometido errores, he aprendido y he dicho basta. He reído hasta quedarme sin respiración, he sentido la felicidad en estado puro, y he sentido miles de cosas que no creí que existiesen, he luchado, he cantado a todo pulmón, he bailado como una loca, he hecho el tonto, me he divertido como nunca, he estado con los de siempre, he conocido a las personas más maravillosas del mundo y me he vuelto a levantar mil y una veces.
Ha, ha sido un año duro, duro como ningún otro, difícil y sin embargo, de los mejores que recuerdo. El más intenso, lleno de cosas, demasiadas cosas quizás... Pero de echo, podría decir que es el mejor.
Aún así... ¿sabéis qué? Hoy, prometo que el 2012 será legendario.
Hakuna Matata.

viernes, 30 de diciembre de 2011

El Diario de Noah


Queridísima Ali: 
Anoche no pude dormir pensando que habíamos terminado pero he dejado de amargarme porque sé que lo que tuvimos fue real. 
Si en algún lugar en un futuro lejano nos reencontramos en nuestras nuevas vidas, te sonreiré con alegría y recordaré el verano que pasamos bajo los árboles, aprendiendo uno del otro y creciendo en el amor. 
El mejor tipo de amor es aquel que despierta el alma y nos hace inspirar a más, nos enciende el corazón y nos trae paz a la mente. 
Eso es lo que tú me has dado y lo que esperaba darte siempre.
Te quiero y ya nos veremos.

(Pues nada, eso)

Hay demasiadas cosas que jamás leerás

Demasiadas cosas perdidas por un quizás. Y yo, estoy perdida en un mundo que ya no existe...

Hoy he encontrado mi libreta, esa que llevo a clase, a cualquier lugar y en la que escribo a todas horas. Frases sin sentido, o con demasiado... Textos enormes que no dicen nada, y pequeños que lo dicen todo, miles de tonterías, canciones, cuentos, cartas... cubren todas sus hojas. Y entre tantas letras, entre tantos borrones, hay miles de historias para ti. Y ahora, cuando veo que todo se acaba me doy cuenta de que hay demasiadas cosas que jamás sabrás.
Jamás sabrás las horas que me pasaba escribiendo sobre tus ojos, las horas que me pasaba pensando en ti, para luego poder escribir una bonita historia, con un final feliz, en la que estábamos juntos toda la eternidad. Jamás sabrás que escribía las cartas a sucio, y luego las cambiaba una y mil veces. Jamás sabrás como me sé de memoria todos tus extraños gestos y tus cicatrices. Como me encantaba todo aquello. Jamás sabrás como pasaba las mañanas, como me pasaba todo el día con la mirada perdida, aprendiéndome de memoria todas las tardes que pasamos juntos, todas las cosas que me dijiste. Intentando cambiar discusiones, tonterías dichas sin pensar. Jamás sabrás las veces que me han gritado por no prestar atención, las veces que he estado perdida en nuestro mundo. Jamás... Jamás sabrás todas las cosas que me hubiese gustado haberte dicho. Jamás sabrás hasta qué punto era feliz.
Pero lo peor no es eso. Lo peor es que sigo con la mirada perdida, lo peor es que sigo pensando en ti a todas horas, sigo escribiendo sobre tus ojos, sigo pensando en todas las cosas que pude haber hecho, sigo perdida un mundo que ya no existe...

Duele que la tristeza inspire ¿verdad?

Y así es. Diciembre otra vez, dolor de nuevo. Y todos volvemos a escribir.
¿Por qué?

domingo, 25 de diciembre de 2011

Como una noche fría en el desierto

Aquella noche, ella sintió la inmensidad del universo. Aquella noche, mientras llegaba a casa a las 3 de la mañana, cansada ya de luchar, rendida, con un dolor de estómago y un agobio que hacía mucho tiempo que no sentía... Aquella noche se topó con el cielo más bonito que había visto en su vida.
Casi podía sentir donde acababa la atmósfera, donde acababa el cielo, y empezaba el infinito espacio. Casi podía sentir la distancia que había de unas estrellas a otras.
Pensó que a pesar de aquella brisa fría, hacía calor.
Cerró los ojos un instante, olvidándose de todo y respiró. Sintió que podía volar más allá de las estrellas, que podía volar entre sus sueños. Que jamás se rendiría ante nada, que podía con todo. Que llegaría al infinito...
Cuando abrió los ojos, miró a la Osa Mayor, y de pronto, en menos de una milésima de segundo, tan rápido como un parpadeo, vio una estrella fugaz. Quiso pedir un deseo antes de que fuese tarde, pero, no pudo. Solo se le ocurrieron dos palabras: un "Siempre" que estaba roto, y su nombre. Como siempre, y nunca mejor dicho, su nombre...
El dolor de estómago se hizo más fuerte, y el agobio, la envolvió. Ya no tenía sueños. Ya no era capaz de pedir un simple deseo. No podía ser... No. No... Para. Se dijo a si misma que la noche era demasiado bonita como para ponerse a llorar. Respiró hondo, y pensó que simplemente era que llevaba unas semanas sin ser ella misma. Sin poder sonreír. Era obvio que eso le estuviese pasando. En otro tiempo hubiese pedido... Seguramente otro "Siempre" pero entero y de verdad. Seguramente hubiese vuelto a decir su nombre. ¿Qué le pasaba? ¿Por qué en los momentos más difíciles no podía ser ella? Era cuando más se hacía falta. Ojalá en ese momento hubiese podido decir... "Nada es seguro y todo es posible. Adelante." Pero esa noche, no creía en nada. Esa noche... Esa noche tan perfecta, a pesar de todo.
Volvió a sentir ese calor y ese viento frío. Como una noche fría en el desierto... La verdad es que ella jamás había estado en el desierto, pero, decían que a pesar del calor, del fuego de la arena, las noches eran suaves y tranquilas. Relajantes, acogedoras. Y pensó que era la misma sensación. Pensó que pasar una noche fría en el desierto, tenía que ser lo mismo que aquello. Tranquilidad infinita. Las estrellas... Los sueños, el universo. Todos juntos, dando las buenas noches. Mientras la cálida arena la abrazaba para dormir, y el viento la acariciaba.
Tenía que ser precioso...
Y de pronto, recordó que ya había tenido esa sensación. En otro lugar, muy distinto y a la vez... Un lugar donde siempre se sentía abrazada, protegida y libre, donde siempre sentía que podía volar todo lo alto que quisiese, que podía hacer sus sueños realidad. Ese lugar donde podía sentir el infinito. Ese lugar... Ese lugar eran sus brazos. Los de la misma persona que llevaba el nombre de su deseo...
Se sintió cansada de repente. Dijo, deja de pensar, deja de pensar. Pero ya no había vuelta atrás. No podía... ella... Dejó de mirar el cielo. No iba a llorar. Abrió la puerta de casa, subió hacia su habitación, tiró la ropa de cualquier manera y se puso el pijama. Quería dormir, y dormir para siempre.
Pero antes de entregarse al sueño, abrió la ventana y se asomó. Dijo, "Te quiero" y sintió como una lágrima le resbalaba por la mejilla.

viernes, 16 de diciembre de 2011

Lloraba porque era una niña.


Tenía los ojos azules más bonitos que nadie había visto jamás. Grandes, oscuros y brillantes. Eran la furia del mar encerrada y libre a la vez. Pero también eran dulces. Dulces y cariñosos. El pelo rubio, largo hasta la cintura, ondulado. La piel blanca, como la nieve. Los labios rojos y la sonrisa rota. La niña de la sonrisa rota, como no, gracias al amor. ¿Gracias? Bueno...
Las historias decían de ella, que antes había tenido los ojos verdes, pero que habían cambiado al color de sus lágrimas, al color de su dolor. No era rojo, pues ella no odiaba. Solo amaba. Tampoco era negro, porque, al fin y al cabo, el negro era tranquilidad... Como le hubiese gustado entregarse a la oscuridad. Pero no podía. Ahí es donde entra el azul oscuro. La gente solía decir que era una niña fuerte, pero era mentira. No podía morir, solo sufrir.  De vez en cuando, aparecía alguna persona que le hacía dudarlo, que recomponía su sonrisa pero, en cuanto tenía ocasión, volvía a destrozarla en mil pedazos. Ella lo sabía. Todo era mentira.
Estaba echa para... ¿Para qué? Nadie la quería en realidad.
Y si, hoy la vi. Allí sentada en un portal, llorando, con el rimel corrido y las lágrimas cayendo por su piel blanca. Siempre creí que solo era una leyenda, pero allí estaba. Era una persona real. Y la vi, y lo sentí. Sentí el mayor dolor que jamás hubiese creído que existía. Fue, como si me atravesara una flecha, como si mi estómago se retorciese lentamente... Y lo entendí. Lloraba porque era una niña. Una niña que se hacía mayor. Y se hacía mayor de la manera más horrible, dándose cuenta de la verdad. Se daba cuenta de que todo por lo que luchaba, todo lo que creía, todo por lo que vivía, era una mentira. Que todo eran apariencias. Nadie amaba en realidad. El amor no existía. Ya se lo habían dicho, ya le habían advertido, pero nunca hacía caso. Se negaba a creerlo. Y ahora, lloraba, porque todo daba igual.
Ya nada valía la pena.


domingo, 27 de noviembre de 2011

Cuando nada más importa

Estaba dando uno de sus largos paseos. Sin rumbo. Iba sonriendo, estaba contenta y nadie sabía por qué. Era bi... bueno, tripolar mejor dicho, y a veces, su estado de ánimo parecía escogido al azar. Ese día, quién la conociera y supiese algo de su vida, pensaría que o bien algo había cambiado, o que no tenía motivos para sonreír de esa forma. Lo que no sabían, es que aunque a veces estuviese desbordada, y aunque no siempre tuviese motivos para sonreír, al final, siempre acababa encontrándolos.
Ese día estaba contenta por... porque si. No hacía frío a pesar del invierno, pero tampoco calor. El cielo azul claro y las nubes rosas. El Sol aún estaba saliendo... era la mañana perfecta.
Lo cierto es que había salido de casa de malas, siempre se levantaba de malas. Había cogido un gorro, una libreta, un bolígrafo y se había ido. Si, se había vuelto a olvidar las llaves. Y a medida que iba andando, todo se volvía más bonito. Se acordó de una de esas mañanas de Navidad que tanto le gustaban, donde fuera hacía buen tiempo, pero mucho frío a la vez, y ella, en pijama, miraba por la ventana. Todo estaba más bonito en Navidad... Sonrió. Bufandas, viento, regalos y sonrisas. Abrigos, gorros y abrazos. Nieve y sensación de calor. Pues bien, pensando en eso, se fue caminando, con su gorro de pompón y su libreta, dispuesta a escribir en su sitio favorito. Pocos lo conocían, muy pocos. Pensó en el algún día le llevaría y volvió a sonreír. ¿Veis? No era tan difícil. Y así, sin dejar de sonreír, llegó a donde quería. Se sentó en la hierba y se apoyó en el tronco de un árbol. Del único que había, de su árbol.
Sacó la libreta y el bolígrafo.
Y pensó en él. Una de las personas más importantes de su vida... Pensó y decidió. Decidió escribir sobre él. Abrió su libreta y... no supo como empezar. No sabía que decir, había demasiado de lo que hablar, pero a la hora de la verdad, nada de eso importaba. No sabía como explicarlo... Habían llegado a un punto en el que las gracias ya no había que darlas, que no hacía falta pedir perdón, valía con una mirada y un abrazo, en el que se decía lo que el otro ya sabía, en el que se decía todo. Y las palabras ya no importaban.
Cuantas cosas vividas... Pero por una vez no se puso a recordar. Ni los momentos buenos, ni los malos, ni los peores. No se puso a recordar los días, ni las risas, ni los lloros. Pues aunque siempre es bonito volver a recordarlo todo, ya nada de eso importaba. Solo importaba estar juntos, sin preocuparse de nada más. Ni el pasado, ni el futuro. Solo un hoy todos los días... Sonrió de nuevo.
Con él todo parecía más fácil, con él daban igual todos los obstáculos que hubiese en el camino. Con él, todo se podía conseguir.
Y pensó, pensó en todo lo que podía decir. Que era demasiado, y nada a la vez. Porque habían llegado a un punto en el que las palabras ya no hacían falta. No quería darle las gracias por estar a su lado y no irse jamás, por ayudarla en todo, por hacerla feliz y por vivir con ella lo mejor y lo peor de su vida. No quería pedirle perdón por ser una idiota de vez en cuando, pues eso él ya lo sabía.  Y ella sabía que era muy difícil de aguantar. No quería pedirle perdón por ello, ni por todas las malas contestaciones, ni por todos los errores. Quizás si quería pedirle perdón por no saber escribir sobre él. Pero es que era demasiado y él, era indefinible. No quería prometerle nada, él ya sabía, o bueno, intuía, que ella siempre iba a estar ahí. No quería demostrarle nada con palabras, pues para eso estaban los hechos.
¿Qué podía decir?
Nada, exactamente nada. Pues así, se decía todo. Las cosas se demuestran, y una mirada, vale más que mil palabras. Por mucho que ella dijese, jamás llegaría a entender todo lo que era para ella.
Así destapó el bolígrafo, y lo único que consiguió escribir, lo único que explicaba que si estaba él todo daba igual, lo único que lo decía todo, fue:
Cuando nada más importa

martes, 22 de noviembre de 2011

Síncopas

El tiempo pasa aunque no exista, pues eso dicen algunos. Pasa... Lento y eterno. Yo tampoco entiendo como pasa algo que no existe, pero es así. Y así es todo.
Inexplicable, inexistente.
Todo es un sueño sin sentido.
Atemporalidad. Contratiempos.
Una mezcla de luces, destellos y oscuridad. 
Los peces vuelan y las mariposas nadan. 
El cielo es transparente, el mar verde y el campo azul. El Sol acuna las noches y la Luna, ilumina los días. 
Tic, tac, tic, tac. Silencio.Un, dos, un, dos.
La luz es negra y las sobras brillan.
Silencio, silencio. Ritmo.
Pero nada existe. Nada es real.
Ni derecho ni revés. 
Ni arriba ni abajo, y las lámparas, al lado de los pies.
Vamos allá.
A ninguna parte. Estamos quietos y cambiamos de sitio. Nosotros giramos y el mundo no. Nos movemos sin movernos, y todo y nada con nosotros.
Cuando salen las estrellas, llueve...
Cuando salen las nubes, es de noche y que la claridad nos invade.
Adiós oscuridad, hola almohada.
Durmiendo la realidad duele, y despiertos, soñamos.
El mundo cambiado está igual que siempre.
Un, dos, un, dos. Ritmo. Silencio, silencio.
El pasado es el futuro mientras dejamos atrás el presente.
Y se habla con silencios, callando con palabras.
Cuando nada tiene sentido, todo encaja.
Síncopas, síncopas
Silencio, uno, silencio
Tiempo
Ritmo
Dos, uno, dos, uno
Tac, tic, tac, tic
Síncopas
Síncopas

A ti, Sara

martes, 8 de noviembre de 2011

Rayo de Luna

Yo no sé si esto es una historia que parece cuento o un cuento que parece historia; lo que puedo decir es que en su fondo hay una verdad, una verdad muy triste, de la que acaso yo seré uno de los últimos en aprovecharme, dadas mis condiciones de imaginación.

Otro, con esta idea, tal vez hubiera hecho un tomo de filosofía lacrimosa; yo he escrito esta leyenda que, a los que nada vean en su fondo, al menos podrá entretenerles un rato.

Era noble, había nacido entre el estruendo de las armas, y el insólito clamor de una trompa de guerra no le hubiera hecho levantar la cabeza un instante ni apartar sus ojos un punto del oscuro pergamino en que leía la última cantiga de un trovador.

Los que quisieran encontrarle, no lo debían buscar en el anchuroso patio de su castillo, donde los palafreneros domaban los potros, los pajes enseñaban a volar a los halcones, y los soldados se entretenían los días de reposo en afilar el hierro de su lanza contra una piedra.

-¿Dónde está Manrique, dónde está vuestro señor? -preguntaba algunas veces su madre.

-No sabemos -respondían sus servidores:- acaso estará en el claustro del monasterio de la Peña, sentado al borde de una tumba, prestando oído a ver si sorprende alguna palabra de la conversación de los muertos; o en el puente, mirando correr unas tras otras las olas del río por debajo de sus arcos; o acurrucado en la quiebra de una roca y entretenido en contar las estrellas del cielo, en seguir una nube con la vista o contemplar los fuegos fatuos que cruzan como exhalaciones sobre el haz de las lagunas. En cualquiera parte estará menos en donde esté todo el mundo.

En efecto, Manrique amaba la soledad, y la amaba de tal modo, que algunas veces hubiera deseado no tener sombra, porque su sombra no le siguiese a todas partes.

Amaba la soledad, porque en su seno, dando rienda suelta a la imaginación, forjaba un mundo fantástico, habitado por extrañas creaciones, hijas de sus delirios y sus ensueños de poeta, tanto, que nunca le habían satisfecho las formas en que pudiera encerrar sus pensamientos, y nunca los había encerrado al escribirlos.

Creía que entre las rojas ascuas del hogar habitaban espíritus de fuego de mil colores, que corrían como insectos de oro a lo largo de los troncos encendidos, o danzaban en una luminosa ronda de chispas en la cúspide de las llamas, y se pasaba las horas muertas sentado en un escabel junto a la alta chimenea gótica, inmóvil y con los ojos fijos en la lumbre.

Creía que en el fondo de las ondas del río, entre los musgos de la fuente y sobre los vapores del lago, vivían unas mujeres misteriosas, hadas, sílfides u ondinas, que exhalaban lamentos y suspiros, o cantaban y se reían en el monótono rumor del agua, rumor que oía en silencio intentando traducirlo.

En las nubes, en el aire, en el fondo de los bosques, en las grietas de las peñas, imaginaba percibir formas o escuchar sonidos misteriosos, formas de seres sobrenaturales, palabras ininteligibles que no podía comprender.

¡Amar! Había nacido para soñar el amor, no para sentirlo. Amaba a todas las mujeres un instante: a ésta porque era rubia, a aquélla porque tenía los labios rojos, a la otra porque se cimbreaba al andar como un junco.

Algunas veces llegaba su delirio hasta el punto de quedarse una noche entera mirando a la luna, que flotaba en el cielo entre un vapor de plata, o a las estrellas que temblaban a lo lejos como los cambiantes de las piedras preciosas. En aquellas largas noches de poético insomnio, exclamaba:

-Si es verdad, como el prior de la Peña me ha dicho, que es posible que esos puntos de luz sean mundos; si es verdad que en ese globo de nácar que rueda sobre las nubes habitan gentes, ¡qué mujeres tan hermosas serán las mujeres de esas regiones luminosas, y yo no podré verlas, y yo no podré amarlas!... ¿Cómo será su hermosura?... ¿Cómo será su amor?...

Manrique no estaba aún lo bastante loco para que le siguiesen los muchachos, pero sí lo suficiente para hablar y gesticular a solas, que es por donde se empieza.

Sobre el Duero, que pasaba lamiendo las carcomidas y oscuras piedras de las murallas de Soria, hay un puente que conduce de la ciudad al antiguo convento de los Templarios, cuyas posesiones se extendían a lo largo de la opuesta margen del río.

En la época a que nos referimos, los caballeros de la Orden habían ya abandonado sus históricas fortalezas; pero aún quedaban en pie los restos de los anchos torreones de sus muros, aún se veían, como en parte se ven hoy, cubiertos de hiedra y campanillas blancas, los macizos arcos de su claustro, las prolongadas galerías ojivales de sus patios de armas, en las que suspiraba el viento con un gemido, agitando las altas hierbas.

En los huertos y en los jardines, cuyos senderos no hollaban hacía muchos años las plantas de los religiosos, la vegetación, abandonada a sí misma, desplegaba todas sus galas, sin temor de que la mano del hombre la mutilase, creyendo embellecerla. Las plantas trepadoras subían encaramándose por los añosos troncos de los árboles; las sombrías calles de álamos, cuyas copas se tocaban y se confundían entre sí, se habían cubierto de césped; los cardos silvestres y las ortigas brotaban en medio de los enarenados caminos, y en dos trozos de fábrica, próximos a desplomarse, el jaramago, flotando al viento como el penacho de una cimera, y las campanillas blancas y azules, balanceándose como en un columpio sobre sus largos y flexibles tallos, pregonaban la victoria de la destrucción y la ruina.

Era de noche; una noche de verano, templada, llena de perfumes y de rumores apacibles, y con una luna blanca y serena, en mitad de un cielo azul, luminoso y transparente.

Manrique, presa su imaginación de un vértigo de poesía, después de atravesar el puente, desde donde contempló un momento la negra silueta de la ciudad, que se destacaba sobre el fondo de algunas nubes blanquecinas y ligeras arrolladas en el horizonte, se internó en las desiertas ruinas de los Templarios.

La media noche tocaba a su punto. La luna, que se había ido remontando lentamente, estaba ya en lo más alto del cielo, cuando al entrar en una oscura alameda que conducía desde el derruido claustro a la margen del Duero, Manrique exhaló un grito leve y ahogado, mezcla extraña de sorpresa, de temor y de júbilo.

En el fondo de la sombría alameda había visto agitarse una cosa blanca, que flotó un momento y desapareció en la oscuridad. La orla del traje de una mujer, de una mujer que había cruzado el sendero y se ocultaba entre el follaje, en el mismo instante en que el loco soñador de quimeras o imposibles penetraba en los jardines.

-¡Una mujer desconocida!... ¡En este sitio!..., ¡a estas horas! Esa, esa es la mujer que yo busco -exclamó Manrique; y se lanzó en su seguimiento, rápido como una saeta.

Llegó al punto en que había visto perderse entre la espesura de las ramas a la mujer misteriosa. Había desaparecido. ¿Por dónde? Allá lejos, muy lejos, creyó divisar por entre los cruzados troncos de los árboles como una claridad o una forma blanca que se movía.

-¡Es ella, es ella, que lleva alas en los pies y huye como una sombra! -dijo, y se precipitó en su busca, separando con las manos las redes de hiedra que se extendían como un tapiz de unos en otros álamos. Llegó rompiendo por entre la maleza y las plantas parásitas hasta una especie de rellano que iluminaba la claridad del cielo... ¡Nadie!

-¡Ah!, por aquí, por aquí va -exclamó entonces-. Oigo sus pisadas sobre las hojas secas, y el crujido de su traje que arrastra por el suelo y roza en los arbustos; -y corría y corría como un loco de aquí para allá, y no la veía. -Pero siguen sonando sus pisadas -murmuró otra vez;- creo que ha hablado; no hay duda, ha hablado... El viento que suspira entre las ramas; las hojas, que parece que rezan en voz baja, me han impedido oír lo que ha dicho; pero no hay duda, va por ahí, ha hablado... ha hablado... ¿En qué idioma? No sé, pero es una lengua extranjera... Y tornó a correr en su seguimiento, unas veces creyendo verla, otras pensando oírla; ya notando que las ramas, por entre las cuales había desaparecido, se movían; ya imaginando distinguir en la arena la huella de sus propios pies; luego, firmemente persuadido de que un perfume especial que aspiraba a intervalos era un aroma perteneciente a aquella mujer que se burlaba de él, complaciéndose en huirle por entre aquellas intrincadas malezas. ¡Afán inútil!

Vagó algunas horas de un lado a otro fuera de sí, ya parándose para escuchar, ya deslizándose con las mayores precauciones sobre la hierba, ya en una carrera frenética y desesperada.

Avanzando, avanzando por entre los inmensos jardines que bordaban la margen del río, llegó al fin al pie de las rocas sobre que se eleva la ermita de San Saturio.

-Tal vez, desde esta altura podré orientarme para seguir mis pesquisas a través de ese confuso laberinto -exclamó trepando de peña en peña con la ayuda de su daga.

Llegó a la cima, desde la que se descubre la ciudad en lontananza y una gran parte del Duero que se retuerce a sus pies, arrastrando una corriente impetuosa y oscura por entre las corvas márgenes que lo encarcelan.

Manrique, una vez en lo alto de las rocas, tendió la vista a su alrededor; pero al tenderla y fijarla al cabo en un punto, no pudo contener una blasfemia.

La luz de la luna rielaba chispeando en la estela que dejaba en pos de sí una barca que se dirigía a todo remo a la orilla opuesta.

En aquella barca había creído distinguir una forma blanca y esbelta, una mujer sin duda, la mujer que había visto en los Templarios, la mujer de sus sueños, la realización de sus más locas esperanzas. Se descolgó de las peñas con la agilidad de un gamo, arrojó al suelo la gorra, cuya redonda y larga pluma podía embarazarle para correr, y desnudándose del ancho capotillo de terciopelo, partió como una exhalación hacia el puente.

Pensaba atravesarlo y llegar a la ciudad antes que la barca tocase en la otra orilla. ¡Locura! Cuando Manrique llegó jadeante y cubierto de sudor a la entrada, ya los que habían atravesado el Duero por la parte de San Saturio, entraban en Soria por una de las puertas del muro, que en aquel tiempo llegaba hasta la margen del río, en cuyas aguas se retrataban sus pardas almenas.

Aunque desvanecida su esperanza de alcanzar a los que habían entrado por el postigo de San Saturio, no por eso nuestro héroe perdió la de saber la casa que en la ciudad podía albergarlos. Fija en su mente esta idea, penetró en la población, y dirigiéndose hacia el barrio de San Juan, comenzó a vagar por sus calles a la ventura.

Las calles de Soria eran entonces, y lo son todavía, estrechas, oscuras y tortuosas. Un silencio profundo reinaba en ellas, silencio que sólo interrumpían, ora el lejano ladrido de un perro; ora el rumor de una puerta al cerrarse, ora el relincho de un corcel que piafando hacía sonar la cadena que le sujetaba al pesebre en las subterráneas caballerizas.

Manrique, con el oído atento a estos rumores de la noche, que unas veces le parecían los pasos de alguna persona que había doblado ya la última esquina de un callejón desierto, otras, voces confusas de gentes que hablaban a sus espaldas y que a cada momento esperaba ver a su lado, anduvo algunas horas, corriendo al azar de un sitio a otro.

Por último, se detuvo al pie de un caserón de piedra, oscuro y antiquísimo, y al detenerse brillaron sus ojos con una indescriptible expresión de alegría. En una de las altas ventanas ojivales de aquel que pudiéramos llamar palacio, se veía un rayo de luz templada y suave que, pasando a través de unas ligeras colgaduras de seda color de rosa, se reflejaba en el negruzco y grieteado paredón de la casa de enfrente.

-No cabe duda; aquí vive mi desconocida -murmuró el joven en voz baja sin apartar un punto sus ojos de la ventana gótica;- aquí vive. Ella entró por el postigo de San Saturio... por el postigo de San Saturio se viene a este barrio... en este barrio hay una casa, donde pasada la media noche aún hay gente en vela... ¿En vela? ¿Quién sino ella, que vuelve de sus nocturnas excursiones, puede estarlo a estas horas?... No hay más; ésta es su casa.

En esta firme persuasión, y revolviendo en su cabeza las más locas y fantásticas imaginaciones, esperó el alba frente a la ventana gótica, de la que en toda la noche no faltó la luz ni él separó la vista un momento.

Cuando llegó el día, las macizas puertas del arco que daba entrada al caserón, y sobre cuya clave se veían esculpidos los blasones de su dueño, giraron pesadamente sobre los goznes, con un chirrido prolongado y agudo. Un escudero reapareció en el dintel con un manojo de llaves en la mano, restregándose los ojos y enseñando al bostezar una caja de dientes capaces de dar envidia a un cocodrilo.

Verle Manrique y lanzarse a la puerta, todo fue obra de un instante.

-¿Quién habita en esta casa? ¿Cómo se llama ella? ¿De dónde es? ¿A qué ha venido a Soria? ¿Tiene esposo? Responde, responde, animal -ésta fue la salutación que, sacudiéndole el brazo violentamente, dirigió al pobre escudero, el cual, después de mirarle un buen espacio de tiempo con ojos espantados y estúpidos, le contestó con voz entrecortada por la sorpresa:

-En esta casa vive el muy honrado señor D. Alonso de Valdecuellos, montero mayor de nuestro señor el rey, que herido en la guerra contra moros, se encuentra en esta ciudad reponiéndose de sus fatigas.

-Pero ¿y su hija? -interrumpió el joven impaciente;- ¿y su hija, o su hermana; o su esposa, o lo que sea?

-No tiene ninguna mujer consigo.

-¡No tiene ninguna!... Pues ¿quién duerme allí en aquel aposento, donde toda la noche he visto arder una luz?

-¿Allí? Allí duerme mi señor D. Alonso, que, como se halla enfermo, mantiene encendida su lámpara hasta que amanece.

Un rayo cayendo de improviso a sus pies no le hubiera causado más asombro que el que le causaron estas palabras.

-Yo la he de encontrar, la he de encontrar; y si la encuentro, estoy casi seguro de que he de conocerla... ¿En qué?... Eso es lo que no podré decir... pero he de conocerla. El eco de sus pisadas o una sola palabra suya que vuelva a oír, un extremo de su traje, un solo extremo que vuelva a ver, me bastarán para conseguirlo. Noche y día estoy mirando flotar delante de mis ojos aquellos pliegues de una tela diáfana y blanquísima; noche y día me están sonando aquí dentro, dentro de la cabeza, el crujido de su traje, el confuso rumor de sus ininteligibles palabras... ¿Qué dijo?... ¿qué dijo? ¡Ah!, si yo pudiera saber lo que dijo, acaso... pero aún sin saberlo la encontraré... la encontraré; me lo da el corazón, y mi corazón no me engaña nunca. Verdad es que ya he recorrido inútilmente todas las calles de Soria; que he pasado noches y noches al sereno, hecho poste de una esquina; que he gastado más de veinte doblas en oro en hacer charlar a dueñas y escuderos; que he dado agua bendita en San Nicolás a una vieja, arrebujada con tal arte en su manto de anascote, que se me figuró una deidad; y al salir de la Colegiata una noche de maitines, he seguido como un tonto la litera del arcediano, creyendo que el extremo de sus holapandas era el del traje de mi desconocida; pero no importa... yo la he de encontrar, y la gloria de poseerla excederá seguramente al trabajo de buscarla.

¿Cómo serán sus ojos?... Deben de ser azules, azules y húmedos como el cielo de la noche; me gustan tanto los ojos de ese color; son tan expresivos, tan melancólicos, tan... Sí... no hay duda; azules deben de ser, azules son, seguramente; y sus cabellos negros, muy negros y largos para que floten... Me parece que los vi flotar aquella noche, al par que su traje, y eran negros... no me engaño, no; eran negros.

¡Y qué bien sientan unos ojos azules, muy rasgados y adormidos, y una cabellera suelta, flotante y oscura, a una mujer alta... porque... ella es alta, alta y esbelta como esos ángeles de las portadas de nuestras basílicas, cuyos ovalados rostros envuelven en un misterioso crepúsculo las sombras de sus doseles de granito! ¡Su voz!... su voz la he oído... su voz es suave como el rumor del viento en las hojas de los álamos, y su andar acompasado y majestuoso como las cadencias de una música.

Y esa mujer, que es hermosa como el más hermoso de mis sueños de adolescente, que piensa como yo pienso, que gusta como yo gusto, que odia lo que yo odio, que es un espíritu humano de mi espíritu, que es el complemento de mi ser, ¿no se ha de sentir conmovida al encontrarme? ¿No me ha de amar como yo la amaré, como la amo ya, con todas las fuerzas de mi vida, con todas las facultades de mi alma?

Vamos, vamos al sitio donde la vi la primera y única vez que le he visto... ¿Quién sabe si, caprichosa como yo, amiga de la soledad y el misterio, como todas las almas soñadoras, se complace en vagar por entre las ruinas, en el silencio de la noche?

Dos meses habían transcurrido desde que el escudero de D. Alonso de Valdecuellos desengañó al iluso Manrique; dos meses durante los cuales en cada hora había formado un castillo en el aire, que la realidad desvanecía con un soplo; dos meses, durante los cuales había buscado en vano a aquella mujer desconocida, cuyo absurdo amor iba creciendo en su alma, merced a sus aún más absurdas imaginaciones, cuando después de atravesar absorto en estas ideas el puente que conduce a los Templarios, el enamorado joven se perdió entre las intrincadas sendas de sus jardines.

La noche estaba serena y hermosa, la luna brillaba en toda su plenitud en lo más alto del cielo, y el viento suspiraba con un rumor dulcísimo entre las hojas de los árboles.

Manrique llegó al claustro, tendió la vista por su recinto y miró a través de las macizas columnas de sus arcadas... Estaba desierto.

Salió de él, encaminó sus pasos hacia la oscura alameda que conduce al Duero, y aún no había penetrado en ella, cuando de sus labios se escapó un grito de júbilo.

Había visto flotar un instante y desaparecer el extremo del traje blanco, del traje blanco de la mujer de sus sueños, de la mujer que ya amaba como un loco.

Corre, corre en su busca, llega al sitio en que la ha visto desaparecer; pero al llegar se detiene, fija los espantados ojos en el suelo, permanece un rato inmóvil; un ligero temblor nervioso agita sus miembros, un temblor que va creciendo, que va creciendo y ofrece los síntomas de una verdadera convulsión, y prorrumpe al fin una carcajada, una carcajada sonora, estridente, horrible.

Aquella cosa blanca, ligera, flotante, había vuelto a brillar ante sus ojos, pero había brillado a sus pies un instante, no más que un instante.

Era un rayo de luna, un rayo de luna que penetraba a intervalos por entre la verde bóveda de los árboles cuando el viento movía sus ramas.

Habían pasado algunos años. Manrique, sentado en un sitial junto a la alta chimenea gótica de su castillo, inmóvil casi y con una mirada vaga e inquieta como la de un idiota, apenas prestaba atención ni a las caricias de su madre, ni a los consuelos de sus servidores.

-Tú eres joven, tú eres hermoso -le decía aquélla;- ¿por qué te consumes en la soledad? ¿Por qué no buscas una mujer a quien ames, y que amándote pueda hacerte feliz?

-¡El amor!... El amor es un rayo de luna -murmuraba el joven.

-¿Por qué no despertáis de ese letargo? -le decía uno de sus escuderos;- os vestís de hierro de pies a cabeza, mandáis desplegar al aire vuestro pendón de ricohombre, y marchamos a la guerra: en la guerra se encuentra la gloria.

-¡La gloria!... La gloria es un rayo de luna.

-¿Queréis que os diga una cantiga, la última que ha compuesto mosén Arnaldo, el trovador provenzal?

-¡No! ¡No! -exclamó el joven incorporándose colérico en su sitial-; no quiero nada... es decir, sí quiero... quiero que me dejéis solo... Cantigas... mujeres... glorias... felicidad... mentiras todo, fantasmas vanos que formamos en nuestra imaginación y vestimos a nuestro antojo, y los amamos y corremos tras ellos, ¿para qué?, ¿para qué?, para encontrar un rayo de luna.

Manrique estaba loco: por lo menos, todo el mundo lo creía así. A mí, por el contrario, se me figuraba que lo que había hecho era recuperar el juicio.
                                                                                                       -Gustavo Adolfo Bécquer

domingo, 23 de octubre de 2011

Hacía tiempo que un domingo...

... no era tan domingo.
El invierno volvió de repente, y con él, un millón de recuerdos. Recuerdos cálidos que vuelven con el frío. Recuerdos de domingo. De días en casa, sin sacarse el pijama, con la única compañía de un cacao caliente y una película. Días sin hacer nada. Días en los que ella se pasaba horas tumbada en cama, pensando en a saber qué, escuchando música, o en los que se sentaba en su viejo escritorio, y se ponía a escribir, mientras miraba por la ventana y contemplaba el temporal. Días fríos, que pasaba tapada con una manta en el sofá, y leía un libro. Recuerdos... Siempre se paraba a pensar en todo lo que habían cambiado las cosas en un año, todo había girado hasta quedarse al revés, y cuando había vuelto a ponerse al derecho, ya nada estaba en su sitio.Todo era distinto, y, sin embargo...
los domingos seguían siendo iguales.

sábado, 22 de octubre de 2011

No os esforcéis, ni yo lo entiendo.

Cuantas veces le damos importancia a las cosas más tontas... Ahora mismo, con las manos congeladas y la nariz roja por el frío, intento escribir lo que siento, pero ni yo lo sé. Hace un momento sonreía, sonreía sin más porque el viento soplaba, porque las hojas de los árboles volaban con él, porque el otoño por fin era otoño, y no una mezcla entre verano e invierno. Todo era perfecto y no había nada por lo que preocuparse. Pero, a veces, de repente, el viento trae palabras sueltas, sin ningún sentido, que interpretamos como mejor nos parece, o como peor. Nunca se sabe. ¿Qué más da? El sentido común te dice, no hagas nada, no sabes de lo que se trata, olvídalo, seguro que no tiene importancia... pero hay otra parte de ti que te dice, ¿lo ves? Todo era mentira, todos te están engañando. Nada es real.
Al final no le haces caso a ninguna de las dos. Te comportas de una manera estúpida, pero no dices el por qué y... todo se vuelve confuso, no sabes nada, pero lo sabes todo.
Y aquí estoy, pensando, intentando escribir en un papel qué es lo que se me pasa por la cabeza en momentos así, pero, ni yo lo sé.
Una hoja cae en el banco de madera en el que estoy sentada, la miro, miro a mi alrededor y reparo en el color marrón-amarillo que tiene el día. Todo está precioso. Me doy cuenta de nuevo de lo frías que tengo las manos, y las meto dentro de las mangas del jersey. Las palabras siguen resonando en mi cabeza. Vuelvo a mirar a mi alrededor, y... oh. Allí hay alguien, allí, unos pasos más adelante, hacía demasiado que no le veía... y una mirada inoportuna se cruzó en mi camino. Y si antes lo daría todo por saber lo que significan ciertas palabras al viento, ahora daría lo que fuera por saber lo que significa una mirada cruzada con alguien que no es real. Como nada. Como todo. ¿Qué? No lo sé.
Ojalá pudiesen oírse esos versos que se transmiten de unos ojos a otros. Y ojalá pudiesen verse esas palabras que no dicen nada, y que lo estropean todo.

martes, 18 de octubre de 2011

Rendición

Estaba en un bar, con los labios pintados de rojo y otro vaso de aquel whisky barato. Le dolía la cabeza y el mundo le daba vueltas. Todo era un asco. Nada valía la pena. Se terminó el vaso de un trago y pidió otro. No recordaba como había llegado hasta allí, el recuerdo de quién había sido la asaltó de repente. Una niña tonta. Una ilusa. ¿Luchar? ¿De qué servía? Al final todo había acabado mal. Sonrió. Mejor. No había gastado fuerzas y no había sufrido más de la cuenta. Ella ya no dependía de nadie más que del alcohol. Iba y venía sin ataduras, estaba con quién quería, donde quería. Hacía lo que quería, con quién quería. No, perdón, no hacía lo que quería, ni estaba con quién realmente lo deseaba, simplemente hacía lo único que podía hacer. Estaba sola, completamente sola, toda la compañía que tenía a parte de la bebida, duraba una simple noche.
Otro vaso más.
De pronto una canción empezó a sonar... "I just called... to say... i love you..." Y un recuerdo la asaltó. Estaba bailando con un chico alto, moreno. Ella sonreía y cantaba aquella canción de película. A él le daba la risa, la hacía girar sobre si misma, le abrazaba y sin ningún aviso se ponía a hacerle cosquillas. Ella reía y reía sin parar mientras intentaba liberarse, pero no lo conseguía. Al final él paró, sus labios se acercaron y...
Bebió lo que le quedaba y con un grito de rabia, lanzó el vaso contra la pared. Nadie se giró a mirarla, nadie prestó atención a la lluvia de cristales que caía sobre ella, porque allí eran todos iguales. Allí, todos habían renunciado a la vida, todos se habían rendido.
Ella se levantó, tambaleándose y salió de aquel sitio. La canción la ponía nerviosa. Cada vez todo le daba más y más vueltas, decidió ir hasta aquel lugar, donde años atrás, solía ir a contemplar el mundo y a escribir.
Pensó en lo diferente que estaba, en todo lo que había sido mientras ascendía despacio por aquella calle. Tropezó, se le calló un tacón y cayó al suelo. La cabeza estaba a punto de estallarle, y vomitó. Se apoyó contra la pared de una casa, sucia. Tenía las medias rotas, las manos y las rodillas llenas de sangre... supuso que su cara seguiría igual. Volvió a sentir ganas de vomitar, pero se contuvo y se levantó. Se quitó los zapatos y los tiró en una esquina. Despacio se fue acercando hacia aquel muro. Miró hacia abajo... qué alto estaba. Y de repente un trozo de lo que había sido volvió a ella y pensó "La vida, si no tienes motivos por los que luchar, si no tienes nada... no vale la pena vivirla"
"I just called... to say... I love you"
Se subió al muro, sonrió, dijo adiós y...
saltó.

martes, 11 de octubre de 2011

El hombre es el sueño de una sombra

Era por la mañana. Estaba en su gran piso de París. Todavía no tenía muebles, tan solo había un piano y un viejo colchón en el suelo. Se sentía tentada a dejarlo así, pero, estaba sola y tanto espacio libre la agobiaba. Ella, quería enormes muebles antiguos. Espejos, armarios y mesillas de madera oscura. Quería llenar las paredes desde el suelo hasta el techo de estanterías a reventar de libros, de discos y de miles de relojes a distintas horas. Quería paredes llenas de fotos, recortes de periódico, pósters y dibujos. Una casa como ella. Desordenada, a lo loco y sin sentido…
Y una sala completamente vacía, simplemente con una silla, partituras y si gran piano de cola.
Si, tenía la casa perfecta, en la ciudad perfecta.
Se acercó a los grandes ventanales del salón y corrió las cortinas. Un Sol cegador entró de repente y disipó todas sus fantasías. Miró a su alrededor y vio todas las cajas que tenía sin abrir. Todavía le quedaba mucho por hacer. Pero daba igual. Ya estaba allí.
De repente sonó el timbre. Le dio un vuelco al corazón, contestó… Ya le traían todos los muebles.
Al cabo de unas horas ya estaba todo montado. Cada mueble en su sitio, y ella, tumbada en su nueva cama, sonreía. Ya podía empezar.
Se acercó a la caja que tenía más próxima y la abrió.
No comió nada en todo el día a parte de una pequeña manzana. No paró hasta que cada cosa estuvo en su sitio. Lo tenía todo pensado, tenía todo lo que quería, como lo quería. A su gusto.
Terminó a altas horas de la noche y estaba muy cansada, pero se sentía satisfecha. Por fin lo había dejado todo atrás, para ella las cadenas ya no existían, ya no amaba a nadie. Aunque, nunca nadie había existido. Todo eran mentiras y ahora volvía a tener la oportunidad de empezar de nuevo con una vieja amiga, la verdad.
Ya no echaba de menos nada, ni a nadie… O eso se repetía una y otra vez. Que tonta era, No sabía nada, o si, pero, intentaba volver a empezara empezar de nuevo sin pensar, intentaba que su vida fuese real, que ella fuese real mintiéndose. Empezaba con una mentira. Y de las peores, se mentía a ella misma, una y otra vez, además, en el fondo, lo sabía, pero daba igual, no iba a reconocerlo. Estaba…. ¿feliz? No. Simplemente no estaba. No sabía donde estaba. Desde luego no en la realidad. Pero no se paró a pensarlo, daba igual.
Decidió estrenar la ducha. Cogió una toalla y su bata de seda negra. Se desnudó y dejó la ropa tirada en el suelo. Se metió en la ducha, abrió el agua caliente y cerró los ojos. Sintió el agua recorriendo su piel…
Cuando acabó, se secó despacio y solamente se puso la pequeña bata. Se peinó el pelo y se enrolló una toalla. Se miró al espejo y vio sus ojos apagados, más marrones de lo normal, como solían ponérsele cuando algo no iba bien, pero no le prestó atención, sería la luz… Ahora todo era así, ella ya no pensaba, daba igual.
Cuando iba a sentarse al piano volvió a sonar el timbre. Que raro… eran por lo menos las 3 de la madrugada. No iba abrir, tenía miedo, pero aquella persona insistía, quizás necesitase ayuda, o… Con miedo, sin hacer ruido, fue hacia la puerta, temblando sin poder contenerse la abrió y… apareció sin más, todo aquello que quería dejar atrás. Apareció el pasado.
Si, allí estaba él. Serio, y de pronto ella casi no podía aguantarse de pie. Se agarró al marco de la puerta, intentando no caer, intentando no llorar, no derrumbarse de nuevo ante sus ojos verdes…
-¿Qué… qué haces aquí?
-Te fuiste sin despedirte.
Se hizo el silencio. Ella lo miró y ya no pudo aguantarlo más, lágrimas y más lágrimas empezaron a recorrer su cara cuando dijo:
-Tú…tú…me dejaste- Y tras pronunciar aquellas palabras se desmayó.
Despertó un poco más tumbada en cama y sintió una mano sobre la suya. Se giró con cuidado de no hacer ruido y lo vio. Sentado en el suelo, con la cabeza apoyada en la madera de la cama, dormido. El viaje había sido demasiado largo. ¿Y total para qué? ¿Para verla a ella? No… No soportó aquella visión, quiso morir. Quiso gritar, quiso abrir la ventana y dejar que se la tragara el vacío. Rabia, tristeza, impotencia… Pero por otra parte, ¿amor? ¿alegría? No sabía lo que sentía. Él había vuelto y eso significaba algo, y ella sabía el que, pero no quería aceptarlo. En parte quizás porque era demasiado orgullosa, y en parte por miedo. Por miedo a volver a sufrir.
De pronto, llorando, cerró los ojos y sonrió. Le quería, y había sido así desde aquel día tan extraño. Aunque intentase dejarlo atrás, no podía. Presente, pasado y fututo. Casi le dio un ataque de risa, todo era una tontería. Saltó de la cama, así, llorando y riendo. Él despertó y sin más ella le besó. Los relojes se pararon y el tiempo dejó de existir. Se abrazaron y ella suspiró.
Joder, estaba completamente loca.

martes, 4 de octubre de 2011

5 de Octubre de 2011

Todo estaba oscuro, todavía era muy temprano. Exactamente las 7 de la mañana. La niebla cubría todos los rincones de aquella estrecha calle.
Ella caminaba observándolo todo, tranquila. Le encantaban aquellas siluetas hechas de aire, que danzaban a su alrededor. Eso era lo único que distinguía, siluetas... No veía nada más a parte de la acera por la que caminaba. Los altos edificios solo eran unas sombras sin identidad, que de vez en cuando, quedaban descubiertas por los faros de algún coche perdido.
Al cabo de poco tiempo andando, desembocó el lado de una vieja fábrica abandonada. Un gato blanco pasó a su lado y se metió por una ranura que había en la pared. Cruzó la calle y entró en el parque. Se acercó al muro y miró al horizonte. Ya se veía algo más... La niebla iba desapareciendo poco a poco. Contempló las luces encendidas del puerto y los barcos dormidos. Se quedó así un rato, admirando lo bonito que estaba todo al amanecer. Miró el reloj, las 7:15. Se dio la vuelta y se fue. Giró a la derecha y descendió por unas empinadas escaleras. Cruzó y llegó al puerto.
Se paró al lado de la barandilla, escuchando los sonidos de la mañana. El mar le dio los buenos días y le dijo que quería contarle mil historias para que ella las escribiese. Como siempre. Los barcos también la saludaron y la invitaron a vivir historias con ellos... Sonrió. A veces tenía demasiada imaginación. Pero hoy no tenía tiempo, la noche iba desapareciendo. Bajó a las pasarelas... Un, dos y giró a la izquierda. Se metió entre los barcos y llegó al final. Se sentó, cruzó las piernas y apoyó la espalda en aquel barco blanco... La pasarela de madera se movía al compás del mar bajo su cuerpo. Cerró los ojos y llamó al viento, que empezó a soplar.
Le acarició la cara y ella, aún con los ojos cerrados, empezó a llorar. Y mientras las lágrimas la desgarraban poco a poco, le dijo al viento:
-Hola... Tienes que decirle algo... Por favor... tienes que decirle, que... yo... dile...- y se lo contó todo. Le explicó todas y cada una de las cosas que había hecho y el por qué. Le dijo lo que nadie sabía, como jamás lo había contado. Su realidad era distinta a lo que todos veían y aún así, había sido...
Abrió los ojos de pronto, justo a tiempo para escuchar al viento despedirse, con un mensaje invisible.
Se levantó y se secó las lágrimas. Miró todo una vez más y se fue hacia ninguna parte.
***
Un momento después, en otra ciudad el viento entraba por una ventana y despertaba, tirando unos papeles, a un chico con el pelo del color del Sol. Él, se levantó y sin escuchar, cerró la ventana, molesto. El viento intentó entrar, intentó explicarle, pero él solo volvió a tumbarse.
El viento en su intento de decir, se quedó sin palabras, y el Sol, se quedó sin saber.

domingo, 2 de octubre de 2011

Echar de menos lo inexistente

Todavía era por la mañana. Hacía buen día, muy buen día... Parecía verano. Mientras miraba por la ventana, la brisa caliente del mar le acariciaba la cara y le revolvía el pelo.Contemplaba el paisaje y pensaba en lo bien que se estaba sin sujetador. De vez en cuando cerraba los ojos y respiraba... Se sentía genial. Solamente llevaba unas pequeñas bragas negras pero aún así tenía calor. Qué Octubre tan raro.
Se giró y miró hacia su viejo escritorio. En él una libreta abierta, sin escribir... completamente en blanco. A su lado, un bolígrafo.
Se quedó observando sin pensar. Se acercó y se sentó en la silla. Hacía mucho tiempo que había dejado de escribir, hacía mucho tiempo que no tenía nada que decir... pensó que quizás también debería dejar de hablar. Sonrió. Cogió el paquete de tabaco y encendió un cigarro.
El Sol hacía que su piel brillara y dibujaba sombras en la habitación. Todo había cambiado, pero, todo seguía igual. Aquella casa siempre le hacía echar en falta algo, pero nunca sabía el qué. Aquella vieja casa siempre la había inspirado para escribir cosas sin sentido, para llamar a lo invisible, para echar de menos lo inexistente, pero, ahora...
Se levantó y se miró en el gran espejo. Su larga melena ya le llegaba por debajo de la cintura. Quiso pensar... quiso volver a soñar como antes. Como siempre, pero... Simplemente se hizo una trenza, encendió otro cigarro y volvió a la ventana.

lunes, 5 de septiembre de 2011

Otra vez no, por favor.

Y mientras caminaba hacia ese edificio gris, se repetía a ella misma, no llores. No llores, por favor, no llores, joder, no llores, que no te vean llorar, no llores... Y parpadeando para que no se le escaparan las lágrimas, cruzó el umbral. Dentro había mucha gente, demasiada, y sin embargo, ella estaba sola. Completamente sola.
Subió las escaleras pensando, no llores, no llores. Llegó a aquel estudio, todo estaba oscuro, cerró la puerta, y se derrumbó. Lloró, lloró porque ya no podía contenerlo más. ¿Por qué? ¿Por qué? Otra vez no, otra vez no...
Se sintió cayendo otra vez en aquel pozo sin fondo, ya había estado una vez, y se había prometido no volver. Pero era inevitable, volvía a pasar. Otra vez, otra vez la misma historia, y ella caía y caía en la oscuridad. Pero, de pronto, paró, y allí escuchó una voz. La de un viejo amigo, y ella, con pena, derrotada, decidida a dejarse llevar, le dijo:
-Se me había olvidado cómo era todo esto. Pensé que jamás volvería a sentirme así... Bueno, supongo que ya da igual.
Él se acercó, y en un susurro, le dijo:
-Siempre fuiste una luchadora, siempre conseguiste salir de aquí, a pesar de que sabías que todo era una mentira, luchabas por ello. Y ahora que todo es verdad, ¿vas a dejarle ir?
Ella intentó decir algo, pero, él ya había desaparecido, y lo único que le quedaba era la oscuridad.
O... ¿podría volver a luchar? A luchar... por algo que juró que jamás le volvería a pasar.
-Te amo...-susurró ella misma y, escuchar eso, darse cuenta de la verdad, fue lo que más le dolió.
Volvió en si. El estudio seguía oscuro. Se levantó, y llorando, se dijo. Otra vez no, deja de llorar.

viernes, 26 de agosto de 2011

Sólo con la certeza del color de sus ojos.

El viento empezó a levantarse. Era ya muy tarde y la noche reinaba sobre el cielo. Las olas del mar rompían despacio sobre la arena y ella, caminaba mirando al horizonte, con rumbo a ninguna parte.
La magia corría por sus venas. Cerró los ojos y le vio. Allí estaba, como siempre, arañando lo más hondo de su ser. Apretó los puños y volvió a abrir los ojos. Respiró... No iba a dejarle ir, y eso, la estaba matando por dentro. Ni siquiera sabía quién era él. Solo recordaba una mirada, en un lugar lleno de gente. A penas había sido un segundo, pero, estaba decidida a encontrarle. Sabía que aquellos ojos querían decirle algo. Algo importante. Le daba igual lo peligroso que pudiese ser, no tenía a nadie, si le pasaba cualquier cosa, nadie la echaría en falta. Además, desde aquella vez ya no se sentía sola, él la acompañaba siempre, a donde quiera que fuese, él, siempre seguía allí. Solo tenía que cerrar los ojos para comprobarlo.
Miró al cielo. Las estrellas la observaban. Estaban preocupadas. Siempre había sido una niña rebelde e imprudente, pero siempre sabía lo que hacía y el por qué. Lo malo, es que muchas veces nada salía bien, y las estrellas si sabían quién era él y no podían dejarla ir. Volvería a hacerse daño. Aún así, como siempre, a pesar de todos los avisos, ella no hacía caso.
El mar ya lo había aceptado. Al fin y al cabo, él también era igual que ella, impredecible y libre.
El viento, la brisa, no decía nada, se limitaba a acompañarla a donde quiera que fuese y a darle su apoyo. Sin más. Al igual que la luna.
Así, esa noche se despidió de todos, pues, aquel viaje debía hacerlo sola, y partió en su busca, sin saber nada. Sólo con la certeza del color de sus ojos.
.
En la otra parte del mundo, alguien se despedía del viento ardiente del desierto, de las nubes, de aquella cálida arena y del sol.
La magia corría por sus venas. Él, cerró los ojos y volvió a verla. Estaba seguro, y le daba igual todo lo demás. La prudencia no era una de sus virtudes. Además, ya no se sentía solo, ella siempre iba con él. Y sin saber nada, sólo con la certeza del color de sus ojos, partió en su busca.

-

-Mírame. ¡MÍRAME! ¿Qué creías? ¿Que podías ganarme? ¿A MÍ?
La más horrible de las risas llenó la habitación. Lloros...
-¿Por qué será que no me sorprende? Siempre has sido una completa ilusa. Demasiado arrogante para darte cuenta de las cosas. Demasiado arrogante para entender... Siempre centrada en tus planes, sin ni siquiera pensar en cómo podías mover tus fichas teniendo en cuenta las demás. Porque si, amor, hay más fichas en el tablero.
Se hizo el silencio. Un silencio donde podía olerse el odio más profundo.
-Tengo que reconocer, que a pesar de todo, has jugado bien. Has sabido ser falsa, hipócrita, has sabido mentir, y sonreír. Pero, ¿sabes cuál es tu problema? Que hablas demasiado, muñeca. Y digas lo que digas, siempre habrá algo que te delatará. Porque sobra. Igual que tú.
Un empujón, y un cuerpo, atado a una silla en el suelo, sollozando.
- Si, eres buena. Pero no sabías que yo era mejor que tú. Actué y caíste. Confiaste en la persona equivocada.
Otra vez aquella horrible risa. Mi risa.
-¿Ahora lo entiendes no? Si... todo fue obra mía. ¿Lloras? No te servirá de nada. Sé que lo sabes.
La levanté del suelo y saqué la pistola. Ya estaba cargada y lista para matar. Para eliminar a otro jugador. La miré. En sus ojos, había una pregunta, ¿por qué? y no me atreví a contestarla. Tres disparos. La sangre me salpicó. Me quedé quieta un momento, con el semblante impasible, pero, revuelta por dentro. ¿Qué me había pasado? ¿Quién era? Yo... yo... jamás había sido así, siempre había sabido perdonar, y lo peor, es que ahora ni siquiera me arrepentía. Sonreí. Guardé la pistola. Yo, ya había muerto hace mucho tiempo.
La miré una última vez y volví a sonreír. Qué patética.
Me limpié la sangre y me arreglé. Me puse unos tacones altos, negros. Prefería reservar los rojos para su funeral.
Lo último que pensé antes de cerrar la puerta, fue... ¿Por qué? ¿Acaso todo esto, había tenido sentido alguna vez?

Tormentas de verano.

Se levantó, con rabia, y sin dar explicación alguna salió de casa. En la calle hacía frío, el cielo estaba cubierto de nubes y amenazaba con llover. Era agosto.
Lo cierto es que ni siquiera se fijó en ello. Desde hacía mucho tiempo, todos los días le parecían iguales. Caminaba entre la gente, impasible. Sin más. Tenía la sensación de vivir en un túnel, oscuro, sin salida. Dónde sus paredes le gritaban siempre lo mismo, "Ya no más". Y día tras día se había convencido de ello. Ya no más.
Todo le acabó siendo indiferente. Se encerró en su mundo y dejó de sentir. Ya nada existía a parte de la oscuridad. Sonrisas falsas, mentiras. Emociones olvidadas...
Pero, un día cualquiera, una luz entró en el túnel. Podría decirse que era verde... verde esmeralda, y marrón. Eran los colores de un bosque. De un bosque lleno de secretos... Las paredes comenzaron a gritar, cada vez más fuerte. Aquella luz le daba miedo, pero, no podía dejar de seguirla.
Ya no más. Ya no más. Ya no más.
Miedo, miedo al dolor, a volver a caer en un pozo sin fondo. Pero... aquella luz era libertad, rompería todas los barrotes, se llevaría la oscuridad. Era calma, y lo más horrible, lo peor de todo... era amor.
Ya no más. Ya no más. Ya no más.
La luz iluminó una puerta.
¿Y si la habría? Ya no más.
De pronto, una fuerza olvidada. Algo en lo que siempre había creído salió de su interior. Amor. Él era más fuerte que nada, podía con todo... Ya no más. Ya... No... no. En sus sueños. El mundo lo destruiría, no estaba preparado para abandonarlo todo por un sentimiento... por un sueño... Y eso era todo al fin y al cabo, un sueño, hecho añicos. El amor, no existía.
Ya no más. Ya no más. Ya...
Gritó, y a pesar de todo. A pesar de las paredes, de los barrotes, de la oscuridad y del tiempo, volvió a apostar por lo que creía. Por una simple ilusión. Abrió la puerta y salió. Otra vez, el mundo. Asombroso, increíble... y corrompido por el ser humano.
Y de pronto, la luz se convirtió en una sombra... en una persona, que empezó a caminar y desapareció entre la gente.
Volvió en si. Estaba sentada en un portal. Ya no había nadie en la calle, y por primera vez en mucho tiempo, reparó en el cielo. Las nubes cada vez eran más negras. Se levantó y empezó a recorrer el camino a casa, pero, frenó en seco. Se fijó en una sombra que la observaba desde una esquina. Sonriendo... Ella también sonrió. Un rayo iluminó unos ojos. Marrones y verdes.
La tormenta empezaba.

martes, 23 de agosto de 2011

Y todavía...

Todo seguía igual. Aquel estrecho camino hacia el bosque, el río, los campos de maíz, las casas de colores... Era extraño. Era como si el tiempo no hubiese pasado por allí.
Cuántos años lejos... y había vuelto. Estaba de nuevo en mi hogar... Y, sin embargo, nadie me reconocía. Vecinos, viejos amigos que había dejado atrás, ahora, se giraban a mirar quién sería aquella desconocida. Yo los recordaba a todos, jamás los había olvidado, pero, ellos ya no sabían quién era. Había cambiado.
Seguí andando, con el corazón encogido, por aquel sitio en el que todo seguía igual, y en el que ya nadie me echaba en falta.
Busqué el cementerio. También estaba igual. La última vez que había estado allí, hacía un buen día, pero, aún así, yo lo recordaba todo gris. Todavía era una niña, y mis padres, acababan de morir en un accidente de coche. Esa misma mañana, mi madre había hecho mi tarta favorita, de frambuesa... Jamás había vuelto a probarla.
De repente, un chico de mi edad, salió de un rincón. Era rubio, con unos ojos azul claro, moreno de piel. Se me acercó, y sonriendo, me preguntó:
-¿Buscabas a alguien en particular?
-No es posible...-dije en un susurro-¿Diego?
El frunció el ceño, pero un segundo más tarde ya se había dado cuenta... La sonrisa se le borró de la cara.
-¿Qué haces aquí?
-¿Qué?
-Que, ¿qué haces aquí? ¿por qué has vuelto?
-Yo... e..echaba de menos todo esto
-¿Ah si?- Rió- Seguro... ¿cuántos años has estado fuera? ¿quince? Y en todos esos años, ni una llamada, ni una sola carta. Te fuiste, una mañana, un jueves, sin más, sin dar explicaciones y no volviste. No me dijiste ni adiós. Nos borraste a todos de tu vida, sin que nadie te importara lo más mínimo. Ni siquiera yo. ¿Y ahora vuelves? ¿a qué?
Me quedé callada, mirándolo. Yo.. yo...
-Yo... era una niña. Mis padres ya no estaban, y creía que si me quedaba aquí me pasaría lo mismo que a ellos, que moriría sin que nadie, más que cuatro vecinos, me echasen en falta... y no quería. Quería que el día de mi muerte llorase mucha gente, que en el cementerio hubiera muchísimas personas... No me daba cuenta de que lo importante no es ser conocido, si no, ser una persona que valga la pena conocer. Y que no hay nada más importante que la gente que te quiere... Ahora mismo, solo te querría a ti en mi funeral, como siempre. Solos, tú y yo. Porque aunque no escribiese, yo nunca os olvidé, lo prometo. No hay un día en el que no me levante pensando en todo esto, en lo que dejé atrás... en mis amigos, en ti...
Mis lágrimas en ese momento empezaban a querer escapar.
-Oh... que bonito. Pero llegas quince años tarde ¿sabes? Te esperé, días, meses... años... Pero me di por vencido, no debías de quererme mucho si te fuiste así...
-Diego...
-... siempre te gustaron las palabras, ¿no es cierto? pero...
-¡Diego!
-¿Qué?
-Llévame a casa.
Entonces me miró. De verdad. Miró más allá de mis ojos, como hacía siempre. Como cuando éramos unos simples adolescentes y no nos importaba nada más que estar juntos. Clavó sus ojos azules en los míos, entró en lo más hondo de mí y lo entendió todo. Pero no dijo nada, se puso a andar, sin más.
Cuando llegamos tenía el corazón a punto de salirme del pecho, las lágrimas contenidas... No me lo podía creer, allí estaba. Mi vieja casa de piedra, con sus ventanas y su porche verdes. Como siempre.
Si, quizás estaba un poco más cubierta de plantas y enredaderas, y quizás el verde estaba un poco más desgastado, pero, era la misma. Mi casa... Me temblaban las manos. Fui hacia la parte de atrás, hacia el jardín, y los dos, lo vimos. Nuestra vieja cabaña del árbol, nuestro columpio, y dos iniciales grabadas en un tronco...
Nos miramos, y esa mirada llevaba consigo más palabras de las que ninguno hubiese podido decir, más sentimientos de los que nadie hubiese podido expresar. En ese momento, los dos lo olvidamos todo, los años que habían pasado... En ese momento él me perdonó y nos abrazamos. Rompí a llorar. Y entre lágrimas viví el abrazo más intenso del mundo. Fue el abrazo de momentos perdidos durante quince años. Pero eso ya había pasado y ahora ya no importaba.
-Vamos- me dijo.
Cogidos de las manos entramos en mi casa. En el que siempre había sido y sería mi hogar.
Y todavía olía a frambuesa.

sábado, 13 de agosto de 2011

Ya no había nadie en el teatro. El público se había ido, poco a poco… Hablando, pensando en lo que acababan de ver… Los actores después de saludar se habían vestido, los músicos habían guardado sus instrumentos, y poco a poco, también se habían marchado. Solo estaba yo. Sentada al borde del escenario, observando la gran sala vacía. Los palcos, las butacas, antes tan llenos de gente, que soñaba y sentía, ahora, estaban sombríos, oscuros, vacíos… igual que yo.
Fue mi peor actuación, había actuado sin pensar, sin prestar atención a lo que ocurría a mi alrededor, sin sentir… como un autómata que simplemente hacía su papel. Nadie entre el público lo había notado.
Me levanté, ausente… Ya era hora de irse. Eché un último vistazo al teatro. Era asombroso, enorme. Allí había guardadas mil historias, mil personajes, y millones de sentimientos. Aún vacío parecía lleno. Parecía que aún se oían las respiraciones contenidas y los aplausos.
Pensando esto, fui hacia mi camerino. Abrí la puerta, me senté frente al espejo y contemplé mi rostro. Impasible.
De pronto, empecé a oír pasos. No sabía que había nadie más. ¿Quién sería a esas horas? Los pasos cesaron, y la puerta se abrió. Era el bufón. Cómo no… Él sí había notado lo de esa tarde, él siempre lo notaba todo.
Sin decir nada cruzó la habitación y abrió la ventana. El viento me revolvió el pelo y me acarició la cara. Sonreí. Él me guiñó un ojo, y se fue. Sin decir palabra.
Suspiré. Recordaba la primera vez que le había visto. Yo todavía era una simple espectadora, no era nadie allí dentro y ahora, todo había cambiado. Incluso aquella sonrisa fría, perpetua del bufón, ahora era sincera. De verdad. Se había cambiado su viejo traje oscuro por uno rojo. Rojo escarlata… Lo cierto es que le sentaba genial. Volví a sonreír.
Me vestí, despacio, con calma. Ya me sentía mucho mejor. Me acerqué a cerrar la ventana, pensando en que el viento siempre sabía cuando y como tenía que soplar. Y en ese momento, le vi. De que era él, no había duda. De espaldas, apoyado en una columna. Mi corazón empezó a latir con fuerza, con demasiada fuerza… Otra vez no. Él amor había vuelto a mis venas, y eso no podía ser bueno. Los recuerdos me asaltaron. No, no podía ser nada bueno. Y menos ahora. La compañía se iba. Nos íbamos a actuar por el mundo, y yo, otra vez en el peor momento, me había enamorado sin remisión.
Cogí mi abrigo y cerré la puerta. Con el corazón en un puño, dispuesta a volver a fingir. No podía saber que le quería. No… no… ¿no qué? Ni yo lo sabía, pero daba igual. Nos íbamos, y ya nada podía ser.
Cuando llegué a su lado me miró.
-¿Qué te ha pasado hoy?
Él también lo había notado.
-Yo… emm… la semana que viene nos vamos. Empieza la gira.
 Se puso serio de repente, y se sentó. Yo me senté a su lado, aún con el semblante sin emoción alguna, ajena a los gritos que intentaban salir de mi estómago.
-¿Y…?
Y rompí a llorar. Él se quedó parado un momento, sorprendido, y luego me abrazó. Cuando paré me sentía bien. De hecho, simplemente, sentía. Lo miré y me dijo:
-Supongo que si te vas…
-Shh… si me voy, te querré donde quiera que esté. Ya no tengo miedo.
Le besé, y en ese momento volví a ser yo. Y estaba dispuesta a arriesgarlo todo. Por amor. Y a morir en el intento. Como siempre. El futuro me seguía asustando, pero seguiría adelante. Por él. Por nosotros. Porque le quería.
Y mientras estábamos allí sentados contemplando la luna, el bufón negaba con la cabeza, y sonriendo, cerraba la ventana.




martes, 9 de agosto de 2011

Música. Violonchelos.

Se abre el telón.
Máscaras. Todas sentadas en un tiovivo, que gira y gira sin parar. Aparentemente todo va bien. Aparentemente... Todos hablan. Todos mienten. Y tantas mentiras se convierten en verdad. Es una espiral, no tiene salida. Ríen. ¿Pero quién?¿Las personas, o las máscaras? Nadie lo sabe. Al principio todo era un juego, y ahora, se ha convertido en realidad. Dos bandos. Aunque... ya nadie confía en nadie. O si... Quizás. Pero la verdad está oculta. El tiovivo gira demasiado rápido. De pronto, algunas de las máscaras cruzan sus miradas, y se dan las manos. Parece que el tiovivo empieza a parar. Por fin. La verdad vuelve, las máscaras van a caer y las personas jamás se soltarán. Parece... solo parece. Porque de un lado del escenario sale un espantapájaros. Un juguete, una marioneta que se cree que es ella la que mueve los hilos, y vuelve a empujar el tiovivo. Y ríe. Porque se cree que en ese juego no le gana nadie. No se da cuenta de que juega solo. De que hace mucho tiempo que ya no es un juego.
Y de repente, una de las máscaras, grita: BASTA. Pone un pie en el suelo, y frena el tiovivo.
El público guarda silencio. Los violonchelos suben.
Las máscaras se levantan, una tras otra y todas se ponen en frente al espantapájaros. La que está dando la mano a la que paró el tiovivo, agarra su careta y la tira al suelo. Lo mismo van haciendo las demás. Una tras otra... Y la verdad sale con fuerza de su escondite. Como el viento más fuerte. Como un huracán, y el espantapájaros cae al suelo.
Las personas que están frente a él, vacilan. No saben si tenderle la mano, o no. Porque ya no llevan careta. Y todas saben que el espantapájaros no fue siempre como se le ve. Pero nadie hace nada, hasta que alguien, da un paso adelante y le dice:
-Las marionetas no manejan su destino. Solo obedecen.
-Yo no obedezco a nadie.
Todos sonríen.
-Aparentemente...
Se dan la vuelta y se marchan. Algunos miran hacia atrás. Me atrevo a decir que todos. Y tres de ellos, se quedan rezagados. Dos niegan con la cabeza, y con pena, dicen adiós. Se van. Una persona se queda atrás. La que paró el tiovivo, se acerca al espantapájaros. Se agacha, y mientras las lágrimas recorren sus mejillas, le susurra:
-Hasta siempre.
Se da la vuelta y corre hacia los demás, mientras mira como la luna aparece de entre la niebla, para decir, "Lo siento" y acto seguido, volver a desaparecer. Los violonchelos cesan.
Cae el telón.
Nadie aplaude.

jueves, 4 de agosto de 2011

Ni príncipes, ni princesas...


…ni reyes, ni reinas. Simplemente, antihéroes.
Rompemos zapatitos de cristal, calzamos botas militares, mentimos, amañamos, reímos a vuestra costa… amamos.
Vivimos en una apuesta continua, en la que si no ganamos, no vale. Y simplemente, la amistad va por delante de todo.

jueves, 28 de julio de 2011

Lágrimas de lluvia.

Llovía. Cuando llegué, la vi sentada en un banco. Empapada. Tiritando…
¿Qué hacía allí? Estaba sola, y las altas horas de la madrugada no son el mejor momento para darse un paseo a la luz de la luna. Y menos en aquel barrio, y con aquel tiempo.
Me acerqué a ella. Me miró, sin decir nada. Estaba llorando y sus lágrimas, se mezclaban con las de las nubes.
Yo, también sin decir nada, cerré el paraguas, me senté a su lado y la abracé.
Y no la solté hasta que paró de llorar. Ya había parado de llover, pero, estábamos tan empapadas que no nos habíamos dado cuenta. Levantó la vista, y clavó sus grandes ojos marrones en los míos.
-Gracias.
-Sabes que odio que me den las gracias. Hago las cosas porque quiero. Sin que nadie me diga lo que tengo que hacer o lo que no. No me has obligado a nada, no he hecho nada que no quisiera. Por lo tanto, no me tienes que dar las gracias.
­-Pero…
-Pero nada. No quiero que lo digas. Y tampoco quiero volver a verte así. No quiero que hagas el idiota. Sé que a veces se necesita llorar en paz, sin que nadie te haga reír, sin que nadie te consuele y te pregunte que te pasa. Sola, o con alguien que sepa compartir silencios. Y otras, en cambio, es totalmente lo contrario. Yo estaré ahí siempre. Pero, a la próxima, o te quedas en casa, o escoges un día en el que no llueva, y unas horas decentes ¿eh? Que son las 5 de la mañana…
Ella sonrió. No fue la sonrisa más grande del mundo, pero fue una sonrisa, sincera, y que la luna, que ahora se veía enorme en el cielo había hecho brillar. Con fuerza. Y eso, era lo único que me importaba. Que ella estuviese bien.
-Hoy- le dije- no voy a preguntarte que te pasa. Sé que no quieres que lo haga. Ya hablaremos mañana, o dentro de unas horas, mejor dicho… Pero ahora, voy a acompañarte a casa.
Cuando llegamos a su portal, le dije:
-Ahora, quiero que te des una ducha, te metas en cama y duermas, sin preocuparte por nada, todo lo que puedas. ¿Me has oído?
-¡Si, mi capitana!
- Así me gusta, grumetillo.
Las dos reímos. Ella rió. No fue una gran carcajada, pero, se había reído.
-¿No te quedas?
-No…
-¡Pero si estás empapada! Y…
-Da igual, todavía tengo cosas que hacer.
- ¡Pero, si son las 5 de la mañana! Y vas a enfermar por mi culpa… ¿qué vas a hacer por ahí a estas horas?
-Creo, que a estas alturas ya deberías saber quién y como soy. No insistas.
Le guiñé un ojo, y sonreí. Ella volvió a sonreír, y me dio un abrazo enorme.
-Mañana te llamo.
Me di la vuelta, y me perdí en la oscuridad de la noche…
Lo cierto, es que no tenía nada más que hacer, si no, volver a mi casa andando. Pero, así era yo. Todo quedaba mejor dándole un toque de misterio y, bueno, imaginación.
Y me fui. Empapada y tiritando. Sin volver a abrir el paraguas, porque ya no hacía falta.
Pero sonriendo, y con la sonrisa iluminada por la luna., al saber que ella estaba bien. Porque nunca me había importado otra cosa.

Mariposas y realidad.

Se levantó con una extraña sensación en el estómago. Las mariposas que durante los últimos meses había intentado encerrar, se habían despertado de golpe. Porque jamás había conseguido matarlas, simplemente dormirlas.
Llevaba demasiado tiempo mintiéndose, levantando un muro entre ella y la realidad. Encadenando sentimientos. Se había dicho a ella misma que todo había acabado, que ya nada existía, y el frío la invadió. Pero, de repente, hubo algo que cambió. Él. Volvía a reaparecer… De pronto, juntas, desordenadas y sin sentido, mil sonrisas y mil lágrimas. Y en ese instante, que pudo durar 3 horas, o 3 segundos, se dio cuenta.
El muro se derrumbó, y los sentimientos se desencadenaron y gritaron. Con las misma fuerza de un huracán. El calor volvió de repente. Quemándola por dentro. Fue una explosión. De miedo, de alegría, de agobio, de rabia, de confusión, de locura, de euforia,  de recuerdos, de tristeza, de amor…
Y la verdad le ganó a la mentira.
Gritó, gritó, hasta que llorando no podía parar de reír.
Todo volvía a estar bien y a la vez, mal. Las flores de mil colores volvían a estar abiertas, el viento volvía a soplar, y el mar había vuelto a rugir con su fuerza habitual. Pero en el cielo, todavía amenazaban nubes grises, y en la calle, hacía frío.
Se levantó de la cama, la hizo, se dio una ducha, se vistió y se arregló. Le encantaban esos pantalones. Sabía que él le diría que eran horribles, pero, aún así, se los puso.
Cuando ya estaba lista, no supo qué hacer. El tiempo se le pasaba lento, más lento que nunca, y la espera se le hacía interminable. Estaba muy nerviosa. Le dolía el estómago y no dejaba de mirarse al espejo y mirar el reloj.  Iba a verle otra vez. Ese era su único pensamiento…
Se pasó así, andando de un lado a otro casi dos horas. Hasta que llegó el momento. Salió corriendo de casa. Tropezando con todo, porque lo cierto es que siempre había sido una torpe. Cuando llegó, pagó y se bajó del taxi. Y con el corazón latiéndole como nunca, comenzó a andar, buscándolo. Y cuando lo vio, sentado en aquel banco, de espaldas, esperándola… el mundo se le vino encima. Las piernas empezaron a temblarle y calló de rodillas. Se echó las manos a la cara y rompió a llorar. Porque la felicidad, intensa y breve como un beso robado, dolía.
Era más fácil ser cobarde, ponerse una máscara, esconderse en su mundo de oscuridad y mentirse. Si, es cierto, su vida era una farsa, pero al menos, no dolía. Sus sueños no podían hacerse añicos, porque ella ni se molestaba en hacerlos realidad. Todo era imaginario.
Por eso, aquella tarde, se levantó, se secó las lágrimas e hizo como si nadie la hubiera visto. Por eso llegó hasta él, indiferente, aparentemente bien, pero, con los ojos apagados. Por eso, aquel día le dijo que no le seguía queriendo, que ya le había olvidado, por eso volvió a dejar que el orgullo actuara. Porque las flores habían vuelto a marchitarse, el viento se había vuelto a cansar de soplar. Porque él mar ya no luchaba contra las rocas.
Porque la mentira, no dolía.
Porque para llegar a ser feliz de verdad había que bajar a la realidad y caer una y otra vez. Y ella, era demasiado cobarde.

viernes, 15 de julio de 2011

Nieve

Nevaba. Se caló todavía más su gorro de lana, y se subió la bufanda a la altura de la nariz. A pesar de que llevaba guantes, tenía las manos congeladas, y el tiempo cada vez se le pasaba más lento.
No tenía ni idea de por qué seguía allí, o si, la tenía, pero no quería reconocerlo. Dolía demasiado, pero, ¿qué iba a decirle cuando llegara?, ¿qué estaba allí de casualidad?, ¿que no sabía que iba a encontrarle? O… ¿le diría la verdad? Podría hacerlo, ya no tenía nada que perder, y sin embargo… ¿Qué le diría? ¿Qué seguía allí, y lo haría siempre, porque le amaba, y nunca había dejado de hacerlo? No, no podía, no sabía como iba a reaccionar, había demasiadas cosas que se lo impedían, de todas formas, ya le había perdido, no podía haber nada peor. Además sabiendo que todo había sido un estúpido error, porque aquella mañana ella estaba decidida a darlo todo, le había preparado una carta, en un sobre azul con sus iniciales en negro, pero, el orgullo había vuelto a salir sin más, a hacerla tropezar, y todo acabó. La carta se quedó en su mochila para siempre. Aquel “Te quiero, y lo haré siempre” jamás salió de allí.
Recordando aquello, empezó a llorar. Se secó la cara con los guantes, y de pronto, reparó en la hora que era. Casi llevaba allí todo el día. Esperándolo. Esperando que aquel tren que había visto partir una vez, volviera. Para darle aquella carta, que ahora apretaba con fuerza en su mano, dentro del bolsillo.
De pronto, el frío empezó a desaparecer. Ella miró al cielo, seguía nevando, y no había ni rastro del Sol… Además el viento había empezado a soplar con más fuerza, y estaba segura de que no era precisamente un viento de verano. Pero, aún así, ella tenía calor. Y lo cierto es que se sentía bien. No se daba cuenta de lo que pasaba, no se daba cuenta de que el frío se estaba colando por cada uno de los poros de su piel, y quemándola por dentro. Matándola. Empezó a tener sueño, a sentirse arropada, como si estuviera en un  cálido sillón al lado de una chimenea, y… se durmió.
A la media hora, un tren llegó al andén. La gente empezó a salir sin reparar en ella, como si no estuviese, como si allí no hubiera nadie. Hasta que, él, cargado con su mochila de siempre, la vio.
Se acercó corriendo, y lo primero que pensó al verla fue que como siempre que hacía frío, tenía la nariz roja. Pero, era un rojo mortal.
Intentó despertarla, pero, ya era demasiado tarde, estaba completamente congelada. Rompió a llorar, siempre, siempre la había amado, y todo se había acabado por una simple tontería. Si le hubiera dicho la verdad desde un principio, si hubiera dejado el orgullo de lado… pero él pensó, que ella ya no le quería, y se fue, lejos, sin mirar atrás. Sin olvidarla. Y, ahora ya no estaba. ¿Qué haría allí? No podía estar esperándola, no sabía que volvía, aunque ella siempre lo sabía todo, era imposible… no, no.
Y, aquel te quiero, aquella carta, jamás salieron de aquel abrigo. Se perdieron en el tiempo, y él, que no podía soportar que ya no estuviera, que no la había olvidado, jamás supo que ella nunca había dejado de amarlo.

martes, 12 de julio de 2011

Y otra vez.

Y otra vez, allí estaba , intentando poder escribir algo con un poco de sentido, algo que nada más empezar me enganchara, que no me dejara parar de escribir, hasta que el bolígrafo se quedara sin tinta, hasta que el lápiz se rompiera en mil añicos, como hacía mucho tiempo que no me pasaba. Y otra vez, lo único que me venía a la cabeza era tu nombre. Una simple palabra, siempre la misma, pero la única que tenía el poder de elevarme a las nubes, de perderme en un mundo inventado, la única palabra más grande que el propio infinito. La palabra que llevaba tus ojos grabados. ¿Por qué siempre tú?¿Por qué ya no puedo hacer nada sin que tu nombre y tu imagen se crucen en mi camino?
Y otra vez me doy cuenta, otra vez rompo a llorar, las lágrimas vuelven a inundarme, como antes, como hacía mucho tiempo que no me pasaba.
Y otra vez, vuelves para recordarme que jamás podré vivir sin ti.

domingo, 26 de junio de 2011

They all deserve to die.

There's a hole in the world like a great black pit and it's filled with people who are filled with shit! and the vermin of the world inhabit it.
But not for long...They all deserve to die.
Tell you why, Mrs. Lovett, tell you why. Because in all of the whole human race , Mrs. Lovett, there are two kinds of men and only two. There's the one staying put in his proper place and the one with his foot in the other one's face. Look at me, Mrs Lovett, look at you. No, we all deserve to die. Even you, Mrs. Lovett, even I.
Because the lives of the wicked should be made brief, for the rest of us death will be a relief.
We all deserve to die.
And I'll never see Joanna . No I'll never hug my girl to me - finished! Alright! You sir, how about a shave? Come and visit your good friend Sweeney. You sir, too sir! Welcome to the grave.
I will have vengeance. I will have salvation.
Who sir, you sir? Noone's on the chair, come on! Come on! Sweeney's waiting. I want you bleeders. You sir! Anybody! Gentlemen now don't be shy!
Not one man, no, nor ten men. Nor a hundred can assuage me - I will have you! And I will get him back even as he gloats In the meantime I'll practice on dishonorable throats. And my Lucy lies in ashes, and I'll never see my girl again. But the work waits! I'm alive at last! And I'm full of joy!
***
- What’s the sound of the world out there?
+What, Mr. Todd? What, Mr. Todd? What is that sound?
-Those crunching noises pervading the air!
+Yes, Mr. Todd! Yes, Mr. Todd! Yes, all around!
-I'TS MAN DEVOURING MAN, MY DEAR.


Libélulas.

Una mariposa blanca revoloteaba a mi alrededor. El sonido del agua cayendo y chapoteando me relajaba, mientras veía al río seguir su curso, encontrándose con piedras y árboles a su paso.
Se escuchaba el viento mover las ramas y los árboles hablaban, susurraban al río, que a su vez les respondía.
Una libélula… negra y azul.
Yo estaba tumbada en una gran roca, escuchando, observando… Otra mariposa… esta vez marrón. La roca estaba colocada en el medio del río, apoyada en otras más pequeñas. En frente, había un gran puente de piedra, y de él colgaban larguísimas enredaderas.
Otras dos libélulas, una azul y otra, verde y naranja.
Todo era precioso. Todo estaba en perfecta calme y armonía. Se respiraba naturaleza, vida y libertad. Olía a bosque encantado, y, mi imaginación, como siempre, empezó a volar y volar. De repente hadas y elfos por doquier, animales parlantes, mil historias y leyendas que había por contar pasaban por mi mente. Casi podría jurar que entendía lo que susurraba el viento, los mensajes que el río le llevaba en su agua dulce al mar, el lenguaje secreto de los árboles… Aquello era un mundo a parte, mi mundo, de fantasía. De pronto, caí de bruces contra el suelo de la realidad. Libélulas…
Aquello era demasiado perfecto para ser cierto. Aquel lugar, aquel bosque, aquel río… Tarde o temprano los mismos de siempre lo destruirían. Acabarían con todo, contaminación, avaricia, interés, dinero… “humanos”. Cómo no. Talarán todos los árboles para poner alguna central que contaminará el río, y cuando se hallan llenado los bolsillos y cada resquicio de vida quede exterminado, se darán cuenta de que no sirvió de nada más que de beneficiarlos a ellos, y no les importará.
Bueno, quizás esté exagerando. Ojalá. Quizás este permanezca así hasta el final, pero la gente es cruel y egoísta.
¡OH! Una rana… y otra vez mi imaginación echó a volar, dejándolo todo atrás…
Al cabo de unas horas, perdida en mis pensamientos, y en aquel bosque, me di cuenta de que ya era de noche. Tenía que irme a casa.
Lo último que pensé antes de marcharme fue que ojalá todo aquello siguiera igual siempre y hasta el final. Y que mientras yo viviera lucharía por que así fuera.

sábado, 25 de junio de 2011

The Rising Sun...

Estaba tumbada en mi cama mirando al techo. Había puesto Animals, y justo en ese momento empezaba a sonar “The house of rising sun”… Sonreí de repente, recordando aquella tarde de Junio con olor a vainilla. Mmm… Cerré los ojos. (-There is a house in New Orleans, they call The Rising Sun...)
Sus caricias y su pelo rubio aparecieron en mis recuerdos. Sus preciosos ojos… Ojalá llegue pronto a casa. (-And it’s been the ruin of many a poor boy, and God I know I’m one...)
Otra vez ese olor a vainilla. Sabor a cervereza, cereveza, a patatas, cacahuetes y a sus besos. Risas. Conversaciones. (-My moyher was a Tailor, she sold my new blue jeans. My father was a Gamblin man, down in New Orleans...) Fotos. Miradas. Abrazos... Mi sonrisa se hizo más grande. (-Now the only thing a gambler need is a suitcase and a drum...)
De repente escuché la puerta de entrada. Era él. Abrí los ojos, pero no me incorporé… (-And the Orly time eh’ll be satisfied is when on the drum) Entró en la habitación, cerró la puerta, me sonrió y yo le devolví la sonrisa. Ninguno dijo nada. Apagó la luz… (-Oh mother, tell your children not to do what I have done. Spend your lives in sin and misery, in The House of the Rising Sun) De pronto sus labios se posaron sobre los míos, dándo me uno de esos besos con sabor a... vainilla. Uhmm... (-Well I’ve got one foot on the plataform, the other on the train. I’m going back to New Orleans, to be wear that ball and chain)
Y en aquella habitación, en aquella casa que llaman El Sol Naciente(-There is a house in New Orleans, they call The Rising Sun...) nos dejamos llevar. En esa pequeña habitación construímos nuestro universo, y nos fuimos a el… Un universo infinito…(-And it’s been the ruin of many a poor boy, and God I know I’m one…).


lunes, 23 de mayo de 2011

Más bien, el recuerdo de un sueño...

Un bolígrafo, un vieja libreta, un recuerdo… o un sueño… eran todo lo que tenía en ese momento.
Estaba sola. Completamente sola, en una biblioteca. Rodeada de infinitas estanterías llenas de libros. En situaciones normales, las hubiera recorrido todas y cada una de ellas, buscando los libros perfectos, y después, los devoraría, despacio, o rápido, uno a uno. O simplemente, los escogería al azar, y leería páginas sueltas, para después, inspirada, ponerme a escribir.
Pero hoy… hoy estoy distraída, en mi mundo. Hoy, grabado en mi mente, sólo hay el recuerdo de despertarme sobre tu cama, al lado de una rosa roja. Ese precioso sueño de un beso con sabor a una mañana de Mayo. El recuerdo de tus labios sobre los míos… Recuerdo… Sueño…
Más bien, el recuerdo de un sueño.
La luz del sol me daba en la cara, sin llegar a cegarme, cuando me desperté, tumbada en una cama desecha de sábanas blancas, arrugadas…
Me estiré, y me incorporé. Me coloqué el pelo a un lado y me froté los ojos. Y así, sentada, me quedé un rato mirando por la ventana, al horizonte… Respiré. Estaba genial, mejor que nunca… Sonreí.
De pronto, algo llamó mi atención. Era una rosa. Una rosa roja. La cogí, y la olí. Olía genial, y era preciosa. Tenía colgada una tarjeta, en la que ponía: “Buenas días, Princesa”. Mi corazón empezó a latir más fuerte de lo normal, la alegría me estallaba en el pecho, y mi sonrisa se hizo todavía mucho más grande.
Me quité las sábanas de encima, y me levanté de un salto. Mis pies descalzos tocaron el suelo, estaba frío, y yo, todavía estaba sin vestir. Los recuerdos de la noche anterior me hicieron estremecerme… Cogí tu camisa negra y me la puse. Olía a ti. Salí de la habitación y fui a la cocina. Allí estabas, preparando café.
Me acerqué a ti, sin hacer ruido, y te abracé por detrás. Te giraste, y me besaste…
Y desperté. Si, porque sólo había sido un sueño... ¿O no?
Esa misma mañana, al despertar, tenía un mensaje tuyo, en el que ponía: “Buenos días, Princesa”… No podía creérmelo… Y aún hoy, en esta vieja biblioteca, me pregunto, cómo, a pesar de estar a tanta distancia, sabes lo que quiero y lo que necesito a cada momento, lo que pienso, y lo que siento.
Aún hoy, me pregunto cómo consigues, que aún estando lejos, mi amor por ti, nunca se debilite.

lunes, 16 de mayo de 2011

Mmm...

Yacía muerto a mis pies, lleno de sangre. Y yo, con la cara manchada, sonreía.
Ya le había avisado, pero hizo oídos sordos y me atrajo hacia si. Pegó su boca a mi oreja, y mientras me abrazaba, empezó a susurrarme cosas preciosas, las más bonitas que te puedas imaginar…
Acto seguido todo quedó en silencio. Yo le dije que parara, pero el se rió y empezó a recorrer mi cuello con sus labios, despacio. Cerré los ojos, y un escalofrío me recorrió todo el cuerpo. Intenté apartarme de el, pero me agarró todavía con más fuerza, me cogió la cara con las dos manos, me miró a los ojos, y me besó en los labios. Primero dulce, despacio, pero luego, con más intensidad. Hasta que casi me quedo sin aire. En ese momento se lo advertí. Se lo dije. No me hizo caso. Y… ahora ya no hay remedio.
-Lo siento, pero, ya te lo advertí. Te avisé de que como siguieras así, te comería a besos- le dije mientras miraba su cadáver, y una sonrisa siniestra recorría mi rostro.