domingo, 26 de junio de 2011

Libélulas.

Una mariposa blanca revoloteaba a mi alrededor. El sonido del agua cayendo y chapoteando me relajaba, mientras veía al río seguir su curso, encontrándose con piedras y árboles a su paso.
Se escuchaba el viento mover las ramas y los árboles hablaban, susurraban al río, que a su vez les respondía.
Una libélula… negra y azul.
Yo estaba tumbada en una gran roca, escuchando, observando… Otra mariposa… esta vez marrón. La roca estaba colocada en el medio del río, apoyada en otras más pequeñas. En frente, había un gran puente de piedra, y de él colgaban larguísimas enredaderas.
Otras dos libélulas, una azul y otra, verde y naranja.
Todo era precioso. Todo estaba en perfecta calme y armonía. Se respiraba naturaleza, vida y libertad. Olía a bosque encantado, y, mi imaginación, como siempre, empezó a volar y volar. De repente hadas y elfos por doquier, animales parlantes, mil historias y leyendas que había por contar pasaban por mi mente. Casi podría jurar que entendía lo que susurraba el viento, los mensajes que el río le llevaba en su agua dulce al mar, el lenguaje secreto de los árboles… Aquello era un mundo a parte, mi mundo, de fantasía. De pronto, caí de bruces contra el suelo de la realidad. Libélulas…
Aquello era demasiado perfecto para ser cierto. Aquel lugar, aquel bosque, aquel río… Tarde o temprano los mismos de siempre lo destruirían. Acabarían con todo, contaminación, avaricia, interés, dinero… “humanos”. Cómo no. Talarán todos los árboles para poner alguna central que contaminará el río, y cuando se hallan llenado los bolsillos y cada resquicio de vida quede exterminado, se darán cuenta de que no sirvió de nada más que de beneficiarlos a ellos, y no les importará.
Bueno, quizás esté exagerando. Ojalá. Quizás este permanezca así hasta el final, pero la gente es cruel y egoísta.
¡OH! Una rana… y otra vez mi imaginación echó a volar, dejándolo todo atrás…
Al cabo de unas horas, perdida en mis pensamientos, y en aquel bosque, me di cuenta de que ya era de noche. Tenía que irme a casa.
Lo último que pensé antes de marcharme fue que ojalá todo aquello siguiera igual siempre y hasta el final. Y que mientras yo viviera lucharía por que así fuera.

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