sábado, 31 de diciembre de 2011

Adiós y Hola

Y hoy me doy cuenta de lo rápido que pasa el tiempo, y de lo mucho que cambian las cosas. Hoy, recuerdo Enero y veo Diciembre, y me hubiese gustado quedarme siempre en Agosto. Y hoy, pienso en todo lo que ha pasado este largo año...  y no puedo evitar sonreír a pesar de todo.
He echo cosas que jamás creía que haría, he llorado hasta que ya no me quedaban lágrimas, me he caído hasta decir "No volveré a levantarme jamás", he sufrido como nadie, he descubierto mentiras de las que jamás se olvidan, me he despedido de gente que creí que nunca se iría, he cometido errores, he aprendido y he dicho basta. He reído hasta quedarme sin respiración, he sentido la felicidad en estado puro, y he sentido miles de cosas que no creí que existiesen, he luchado, he cantado a todo pulmón, he bailado como una loca, he hecho el tonto, me he divertido como nunca, he estado con los de siempre, he conocido a las personas más maravillosas del mundo y me he vuelto a levantar mil y una veces.
Ha, ha sido un año duro, duro como ningún otro, difícil y sin embargo, de los mejores que recuerdo. El más intenso, lleno de cosas, demasiadas cosas quizás... Pero de echo, podría decir que es el mejor.
Aún así... ¿sabéis qué? Hoy, prometo que el 2012 será legendario.
Hakuna Matata.

viernes, 30 de diciembre de 2011

El Diario de Noah


Queridísima Ali: 
Anoche no pude dormir pensando que habíamos terminado pero he dejado de amargarme porque sé que lo que tuvimos fue real. 
Si en algún lugar en un futuro lejano nos reencontramos en nuestras nuevas vidas, te sonreiré con alegría y recordaré el verano que pasamos bajo los árboles, aprendiendo uno del otro y creciendo en el amor. 
El mejor tipo de amor es aquel que despierta el alma y nos hace inspirar a más, nos enciende el corazón y nos trae paz a la mente. 
Eso es lo que tú me has dado y lo que esperaba darte siempre.
Te quiero y ya nos veremos.

(Pues nada, eso)

Hay demasiadas cosas que jamás leerás

Demasiadas cosas perdidas por un quizás. Y yo, estoy perdida en un mundo que ya no existe...

Hoy he encontrado mi libreta, esa que llevo a clase, a cualquier lugar y en la que escribo a todas horas. Frases sin sentido, o con demasiado... Textos enormes que no dicen nada, y pequeños que lo dicen todo, miles de tonterías, canciones, cuentos, cartas... cubren todas sus hojas. Y entre tantas letras, entre tantos borrones, hay miles de historias para ti. Y ahora, cuando veo que todo se acaba me doy cuenta de que hay demasiadas cosas que jamás sabrás.
Jamás sabrás las horas que me pasaba escribiendo sobre tus ojos, las horas que me pasaba pensando en ti, para luego poder escribir una bonita historia, con un final feliz, en la que estábamos juntos toda la eternidad. Jamás sabrás que escribía las cartas a sucio, y luego las cambiaba una y mil veces. Jamás sabrás como me sé de memoria todos tus extraños gestos y tus cicatrices. Como me encantaba todo aquello. Jamás sabrás como pasaba las mañanas, como me pasaba todo el día con la mirada perdida, aprendiéndome de memoria todas las tardes que pasamos juntos, todas las cosas que me dijiste. Intentando cambiar discusiones, tonterías dichas sin pensar. Jamás sabrás las veces que me han gritado por no prestar atención, las veces que he estado perdida en nuestro mundo. Jamás... Jamás sabrás todas las cosas que me hubiese gustado haberte dicho. Jamás sabrás hasta qué punto era feliz.
Pero lo peor no es eso. Lo peor es que sigo con la mirada perdida, lo peor es que sigo pensando en ti a todas horas, sigo escribiendo sobre tus ojos, sigo pensando en todas las cosas que pude haber hecho, sigo perdida un mundo que ya no existe...

Duele que la tristeza inspire ¿verdad?

Y así es. Diciembre otra vez, dolor de nuevo. Y todos volvemos a escribir.
¿Por qué?

domingo, 25 de diciembre de 2011

Como una noche fría en el desierto

Aquella noche, ella sintió la inmensidad del universo. Aquella noche, mientras llegaba a casa a las 3 de la mañana, cansada ya de luchar, rendida, con un dolor de estómago y un agobio que hacía mucho tiempo que no sentía... Aquella noche se topó con el cielo más bonito que había visto en su vida.
Casi podía sentir donde acababa la atmósfera, donde acababa el cielo, y empezaba el infinito espacio. Casi podía sentir la distancia que había de unas estrellas a otras.
Pensó que a pesar de aquella brisa fría, hacía calor.
Cerró los ojos un instante, olvidándose de todo y respiró. Sintió que podía volar más allá de las estrellas, que podía volar entre sus sueños. Que jamás se rendiría ante nada, que podía con todo. Que llegaría al infinito...
Cuando abrió los ojos, miró a la Osa Mayor, y de pronto, en menos de una milésima de segundo, tan rápido como un parpadeo, vio una estrella fugaz. Quiso pedir un deseo antes de que fuese tarde, pero, no pudo. Solo se le ocurrieron dos palabras: un "Siempre" que estaba roto, y su nombre. Como siempre, y nunca mejor dicho, su nombre...
El dolor de estómago se hizo más fuerte, y el agobio, la envolvió. Ya no tenía sueños. Ya no era capaz de pedir un simple deseo. No podía ser... No. No... Para. Se dijo a si misma que la noche era demasiado bonita como para ponerse a llorar. Respiró hondo, y pensó que simplemente era que llevaba unas semanas sin ser ella misma. Sin poder sonreír. Era obvio que eso le estuviese pasando. En otro tiempo hubiese pedido... Seguramente otro "Siempre" pero entero y de verdad. Seguramente hubiese vuelto a decir su nombre. ¿Qué le pasaba? ¿Por qué en los momentos más difíciles no podía ser ella? Era cuando más se hacía falta. Ojalá en ese momento hubiese podido decir... "Nada es seguro y todo es posible. Adelante." Pero esa noche, no creía en nada. Esa noche... Esa noche tan perfecta, a pesar de todo.
Volvió a sentir ese calor y ese viento frío. Como una noche fría en el desierto... La verdad es que ella jamás había estado en el desierto, pero, decían que a pesar del calor, del fuego de la arena, las noches eran suaves y tranquilas. Relajantes, acogedoras. Y pensó que era la misma sensación. Pensó que pasar una noche fría en el desierto, tenía que ser lo mismo que aquello. Tranquilidad infinita. Las estrellas... Los sueños, el universo. Todos juntos, dando las buenas noches. Mientras la cálida arena la abrazaba para dormir, y el viento la acariciaba.
Tenía que ser precioso...
Y de pronto, recordó que ya había tenido esa sensación. En otro lugar, muy distinto y a la vez... Un lugar donde siempre se sentía abrazada, protegida y libre, donde siempre sentía que podía volar todo lo alto que quisiese, que podía hacer sus sueños realidad. Ese lugar donde podía sentir el infinito. Ese lugar... Ese lugar eran sus brazos. Los de la misma persona que llevaba el nombre de su deseo...
Se sintió cansada de repente. Dijo, deja de pensar, deja de pensar. Pero ya no había vuelta atrás. No podía... ella... Dejó de mirar el cielo. No iba a llorar. Abrió la puerta de casa, subió hacia su habitación, tiró la ropa de cualquier manera y se puso el pijama. Quería dormir, y dormir para siempre.
Pero antes de entregarse al sueño, abrió la ventana y se asomó. Dijo, "Te quiero" y sintió como una lágrima le resbalaba por la mejilla.

viernes, 16 de diciembre de 2011

Lloraba porque era una niña.


Tenía los ojos azules más bonitos que nadie había visto jamás. Grandes, oscuros y brillantes. Eran la furia del mar encerrada y libre a la vez. Pero también eran dulces. Dulces y cariñosos. El pelo rubio, largo hasta la cintura, ondulado. La piel blanca, como la nieve. Los labios rojos y la sonrisa rota. La niña de la sonrisa rota, como no, gracias al amor. ¿Gracias? Bueno...
Las historias decían de ella, que antes había tenido los ojos verdes, pero que habían cambiado al color de sus lágrimas, al color de su dolor. No era rojo, pues ella no odiaba. Solo amaba. Tampoco era negro, porque, al fin y al cabo, el negro era tranquilidad... Como le hubiese gustado entregarse a la oscuridad. Pero no podía. Ahí es donde entra el azul oscuro. La gente solía decir que era una niña fuerte, pero era mentira. No podía morir, solo sufrir.  De vez en cuando, aparecía alguna persona que le hacía dudarlo, que recomponía su sonrisa pero, en cuanto tenía ocasión, volvía a destrozarla en mil pedazos. Ella lo sabía. Todo era mentira.
Estaba echa para... ¿Para qué? Nadie la quería en realidad.
Y si, hoy la vi. Allí sentada en un portal, llorando, con el rimel corrido y las lágrimas cayendo por su piel blanca. Siempre creí que solo era una leyenda, pero allí estaba. Era una persona real. Y la vi, y lo sentí. Sentí el mayor dolor que jamás hubiese creído que existía. Fue, como si me atravesara una flecha, como si mi estómago se retorciese lentamente... Y lo entendí. Lloraba porque era una niña. Una niña que se hacía mayor. Y se hacía mayor de la manera más horrible, dándose cuenta de la verdad. Se daba cuenta de que todo por lo que luchaba, todo lo que creía, todo por lo que vivía, era una mentira. Que todo eran apariencias. Nadie amaba en realidad. El amor no existía. Ya se lo habían dicho, ya le habían advertido, pero nunca hacía caso. Se negaba a creerlo. Y ahora, lloraba, porque todo daba igual.
Ya nada valía la pena.