domingo, 25 de diciembre de 2011

Como una noche fría en el desierto

Aquella noche, ella sintió la inmensidad del universo. Aquella noche, mientras llegaba a casa a las 3 de la mañana, cansada ya de luchar, rendida, con un dolor de estómago y un agobio que hacía mucho tiempo que no sentía... Aquella noche se topó con el cielo más bonito que había visto en su vida.
Casi podía sentir donde acababa la atmósfera, donde acababa el cielo, y empezaba el infinito espacio. Casi podía sentir la distancia que había de unas estrellas a otras.
Pensó que a pesar de aquella brisa fría, hacía calor.
Cerró los ojos un instante, olvidándose de todo y respiró. Sintió que podía volar más allá de las estrellas, que podía volar entre sus sueños. Que jamás se rendiría ante nada, que podía con todo. Que llegaría al infinito...
Cuando abrió los ojos, miró a la Osa Mayor, y de pronto, en menos de una milésima de segundo, tan rápido como un parpadeo, vio una estrella fugaz. Quiso pedir un deseo antes de que fuese tarde, pero, no pudo. Solo se le ocurrieron dos palabras: un "Siempre" que estaba roto, y su nombre. Como siempre, y nunca mejor dicho, su nombre...
El dolor de estómago se hizo más fuerte, y el agobio, la envolvió. Ya no tenía sueños. Ya no era capaz de pedir un simple deseo. No podía ser... No. No... Para. Se dijo a si misma que la noche era demasiado bonita como para ponerse a llorar. Respiró hondo, y pensó que simplemente era que llevaba unas semanas sin ser ella misma. Sin poder sonreír. Era obvio que eso le estuviese pasando. En otro tiempo hubiese pedido... Seguramente otro "Siempre" pero entero y de verdad. Seguramente hubiese vuelto a decir su nombre. ¿Qué le pasaba? ¿Por qué en los momentos más difíciles no podía ser ella? Era cuando más se hacía falta. Ojalá en ese momento hubiese podido decir... "Nada es seguro y todo es posible. Adelante." Pero esa noche, no creía en nada. Esa noche... Esa noche tan perfecta, a pesar de todo.
Volvió a sentir ese calor y ese viento frío. Como una noche fría en el desierto... La verdad es que ella jamás había estado en el desierto, pero, decían que a pesar del calor, del fuego de la arena, las noches eran suaves y tranquilas. Relajantes, acogedoras. Y pensó que era la misma sensación. Pensó que pasar una noche fría en el desierto, tenía que ser lo mismo que aquello. Tranquilidad infinita. Las estrellas... Los sueños, el universo. Todos juntos, dando las buenas noches. Mientras la cálida arena la abrazaba para dormir, y el viento la acariciaba.
Tenía que ser precioso...
Y de pronto, recordó que ya había tenido esa sensación. En otro lugar, muy distinto y a la vez... Un lugar donde siempre se sentía abrazada, protegida y libre, donde siempre sentía que podía volar todo lo alto que quisiese, que podía hacer sus sueños realidad. Ese lugar donde podía sentir el infinito. Ese lugar... Ese lugar eran sus brazos. Los de la misma persona que llevaba el nombre de su deseo...
Se sintió cansada de repente. Dijo, deja de pensar, deja de pensar. Pero ya no había vuelta atrás. No podía... ella... Dejó de mirar el cielo. No iba a llorar. Abrió la puerta de casa, subió hacia su habitación, tiró la ropa de cualquier manera y se puso el pijama. Quería dormir, y dormir para siempre.
Pero antes de entregarse al sueño, abrió la ventana y se asomó. Dijo, "Te quiero" y sintió como una lágrima le resbalaba por la mejilla.

No hay comentarios:

Publicar un comentario