domingo, 23 de octubre de 2011

Hacía tiempo que un domingo...

... no era tan domingo.
El invierno volvió de repente, y con él, un millón de recuerdos. Recuerdos cálidos que vuelven con el frío. Recuerdos de domingo. De días en casa, sin sacarse el pijama, con la única compañía de un cacao caliente y una película. Días sin hacer nada. Días en los que ella se pasaba horas tumbada en cama, pensando en a saber qué, escuchando música, o en los que se sentaba en su viejo escritorio, y se ponía a escribir, mientras miraba por la ventana y contemplaba el temporal. Días fríos, que pasaba tapada con una manta en el sofá, y leía un libro. Recuerdos... Siempre se paraba a pensar en todo lo que habían cambiado las cosas en un año, todo había girado hasta quedarse al revés, y cuando había vuelto a ponerse al derecho, ya nada estaba en su sitio.Todo era distinto, y, sin embargo...
los domingos seguían siendo iguales.

sábado, 22 de octubre de 2011

No os esforcéis, ni yo lo entiendo.

Cuantas veces le damos importancia a las cosas más tontas... Ahora mismo, con las manos congeladas y la nariz roja por el frío, intento escribir lo que siento, pero ni yo lo sé. Hace un momento sonreía, sonreía sin más porque el viento soplaba, porque las hojas de los árboles volaban con él, porque el otoño por fin era otoño, y no una mezcla entre verano e invierno. Todo era perfecto y no había nada por lo que preocuparse. Pero, a veces, de repente, el viento trae palabras sueltas, sin ningún sentido, que interpretamos como mejor nos parece, o como peor. Nunca se sabe. ¿Qué más da? El sentido común te dice, no hagas nada, no sabes de lo que se trata, olvídalo, seguro que no tiene importancia... pero hay otra parte de ti que te dice, ¿lo ves? Todo era mentira, todos te están engañando. Nada es real.
Al final no le haces caso a ninguna de las dos. Te comportas de una manera estúpida, pero no dices el por qué y... todo se vuelve confuso, no sabes nada, pero lo sabes todo.
Y aquí estoy, pensando, intentando escribir en un papel qué es lo que se me pasa por la cabeza en momentos así, pero, ni yo lo sé.
Una hoja cae en el banco de madera en el que estoy sentada, la miro, miro a mi alrededor y reparo en el color marrón-amarillo que tiene el día. Todo está precioso. Me doy cuenta de nuevo de lo frías que tengo las manos, y las meto dentro de las mangas del jersey. Las palabras siguen resonando en mi cabeza. Vuelvo a mirar a mi alrededor, y... oh. Allí hay alguien, allí, unos pasos más adelante, hacía demasiado que no le veía... y una mirada inoportuna se cruzó en mi camino. Y si antes lo daría todo por saber lo que significan ciertas palabras al viento, ahora daría lo que fuera por saber lo que significa una mirada cruzada con alguien que no es real. Como nada. Como todo. ¿Qué? No lo sé.
Ojalá pudiesen oírse esos versos que se transmiten de unos ojos a otros. Y ojalá pudiesen verse esas palabras que no dicen nada, y que lo estropean todo.

martes, 18 de octubre de 2011

Rendición

Estaba en un bar, con los labios pintados de rojo y otro vaso de aquel whisky barato. Le dolía la cabeza y el mundo le daba vueltas. Todo era un asco. Nada valía la pena. Se terminó el vaso de un trago y pidió otro. No recordaba como había llegado hasta allí, el recuerdo de quién había sido la asaltó de repente. Una niña tonta. Una ilusa. ¿Luchar? ¿De qué servía? Al final todo había acabado mal. Sonrió. Mejor. No había gastado fuerzas y no había sufrido más de la cuenta. Ella ya no dependía de nadie más que del alcohol. Iba y venía sin ataduras, estaba con quién quería, donde quería. Hacía lo que quería, con quién quería. No, perdón, no hacía lo que quería, ni estaba con quién realmente lo deseaba, simplemente hacía lo único que podía hacer. Estaba sola, completamente sola, toda la compañía que tenía a parte de la bebida, duraba una simple noche.
Otro vaso más.
De pronto una canción empezó a sonar... "I just called... to say... i love you..." Y un recuerdo la asaltó. Estaba bailando con un chico alto, moreno. Ella sonreía y cantaba aquella canción de película. A él le daba la risa, la hacía girar sobre si misma, le abrazaba y sin ningún aviso se ponía a hacerle cosquillas. Ella reía y reía sin parar mientras intentaba liberarse, pero no lo conseguía. Al final él paró, sus labios se acercaron y...
Bebió lo que le quedaba y con un grito de rabia, lanzó el vaso contra la pared. Nadie se giró a mirarla, nadie prestó atención a la lluvia de cristales que caía sobre ella, porque allí eran todos iguales. Allí, todos habían renunciado a la vida, todos se habían rendido.
Ella se levantó, tambaleándose y salió de aquel sitio. La canción la ponía nerviosa. Cada vez todo le daba más y más vueltas, decidió ir hasta aquel lugar, donde años atrás, solía ir a contemplar el mundo y a escribir.
Pensó en lo diferente que estaba, en todo lo que había sido mientras ascendía despacio por aquella calle. Tropezó, se le calló un tacón y cayó al suelo. La cabeza estaba a punto de estallarle, y vomitó. Se apoyó contra la pared de una casa, sucia. Tenía las medias rotas, las manos y las rodillas llenas de sangre... supuso que su cara seguiría igual. Volvió a sentir ganas de vomitar, pero se contuvo y se levantó. Se quitó los zapatos y los tiró en una esquina. Despacio se fue acercando hacia aquel muro. Miró hacia abajo... qué alto estaba. Y de repente un trozo de lo que había sido volvió a ella y pensó "La vida, si no tienes motivos por los que luchar, si no tienes nada... no vale la pena vivirla"
"I just called... to say... I love you"
Se subió al muro, sonrió, dijo adiós y...
saltó.

martes, 11 de octubre de 2011

El hombre es el sueño de una sombra

Era por la mañana. Estaba en su gran piso de París. Todavía no tenía muebles, tan solo había un piano y un viejo colchón en el suelo. Se sentía tentada a dejarlo así, pero, estaba sola y tanto espacio libre la agobiaba. Ella, quería enormes muebles antiguos. Espejos, armarios y mesillas de madera oscura. Quería llenar las paredes desde el suelo hasta el techo de estanterías a reventar de libros, de discos y de miles de relojes a distintas horas. Quería paredes llenas de fotos, recortes de periódico, pósters y dibujos. Una casa como ella. Desordenada, a lo loco y sin sentido…
Y una sala completamente vacía, simplemente con una silla, partituras y si gran piano de cola.
Si, tenía la casa perfecta, en la ciudad perfecta.
Se acercó a los grandes ventanales del salón y corrió las cortinas. Un Sol cegador entró de repente y disipó todas sus fantasías. Miró a su alrededor y vio todas las cajas que tenía sin abrir. Todavía le quedaba mucho por hacer. Pero daba igual. Ya estaba allí.
De repente sonó el timbre. Le dio un vuelco al corazón, contestó… Ya le traían todos los muebles.
Al cabo de unas horas ya estaba todo montado. Cada mueble en su sitio, y ella, tumbada en su nueva cama, sonreía. Ya podía empezar.
Se acercó a la caja que tenía más próxima y la abrió.
No comió nada en todo el día a parte de una pequeña manzana. No paró hasta que cada cosa estuvo en su sitio. Lo tenía todo pensado, tenía todo lo que quería, como lo quería. A su gusto.
Terminó a altas horas de la noche y estaba muy cansada, pero se sentía satisfecha. Por fin lo había dejado todo atrás, para ella las cadenas ya no existían, ya no amaba a nadie. Aunque, nunca nadie había existido. Todo eran mentiras y ahora volvía a tener la oportunidad de empezar de nuevo con una vieja amiga, la verdad.
Ya no echaba de menos nada, ni a nadie… O eso se repetía una y otra vez. Que tonta era, No sabía nada, o si, pero, intentaba volver a empezara empezar de nuevo sin pensar, intentaba que su vida fuese real, que ella fuese real mintiéndose. Empezaba con una mentira. Y de las peores, se mentía a ella misma, una y otra vez, además, en el fondo, lo sabía, pero daba igual, no iba a reconocerlo. Estaba…. ¿feliz? No. Simplemente no estaba. No sabía donde estaba. Desde luego no en la realidad. Pero no se paró a pensarlo, daba igual.
Decidió estrenar la ducha. Cogió una toalla y su bata de seda negra. Se desnudó y dejó la ropa tirada en el suelo. Se metió en la ducha, abrió el agua caliente y cerró los ojos. Sintió el agua recorriendo su piel…
Cuando acabó, se secó despacio y solamente se puso la pequeña bata. Se peinó el pelo y se enrolló una toalla. Se miró al espejo y vio sus ojos apagados, más marrones de lo normal, como solían ponérsele cuando algo no iba bien, pero no le prestó atención, sería la luz… Ahora todo era así, ella ya no pensaba, daba igual.
Cuando iba a sentarse al piano volvió a sonar el timbre. Que raro… eran por lo menos las 3 de la madrugada. No iba abrir, tenía miedo, pero aquella persona insistía, quizás necesitase ayuda, o… Con miedo, sin hacer ruido, fue hacia la puerta, temblando sin poder contenerse la abrió y… apareció sin más, todo aquello que quería dejar atrás. Apareció el pasado.
Si, allí estaba él. Serio, y de pronto ella casi no podía aguantarse de pie. Se agarró al marco de la puerta, intentando no caer, intentando no llorar, no derrumbarse de nuevo ante sus ojos verdes…
-¿Qué… qué haces aquí?
-Te fuiste sin despedirte.
Se hizo el silencio. Ella lo miró y ya no pudo aguantarlo más, lágrimas y más lágrimas empezaron a recorrer su cara cuando dijo:
-Tú…tú…me dejaste- Y tras pronunciar aquellas palabras se desmayó.
Despertó un poco más tumbada en cama y sintió una mano sobre la suya. Se giró con cuidado de no hacer ruido y lo vio. Sentado en el suelo, con la cabeza apoyada en la madera de la cama, dormido. El viaje había sido demasiado largo. ¿Y total para qué? ¿Para verla a ella? No… No soportó aquella visión, quiso morir. Quiso gritar, quiso abrir la ventana y dejar que se la tragara el vacío. Rabia, tristeza, impotencia… Pero por otra parte, ¿amor? ¿alegría? No sabía lo que sentía. Él había vuelto y eso significaba algo, y ella sabía el que, pero no quería aceptarlo. En parte quizás porque era demasiado orgullosa, y en parte por miedo. Por miedo a volver a sufrir.
De pronto, llorando, cerró los ojos y sonrió. Le quería, y había sido así desde aquel día tan extraño. Aunque intentase dejarlo atrás, no podía. Presente, pasado y fututo. Casi le dio un ataque de risa, todo era una tontería. Saltó de la cama, así, llorando y riendo. Él despertó y sin más ella le besó. Los relojes se pararon y el tiempo dejó de existir. Se abrazaron y ella suspiró.
Joder, estaba completamente loca.

martes, 4 de octubre de 2011

5 de Octubre de 2011

Todo estaba oscuro, todavía era muy temprano. Exactamente las 7 de la mañana. La niebla cubría todos los rincones de aquella estrecha calle.
Ella caminaba observándolo todo, tranquila. Le encantaban aquellas siluetas hechas de aire, que danzaban a su alrededor. Eso era lo único que distinguía, siluetas... No veía nada más a parte de la acera por la que caminaba. Los altos edificios solo eran unas sombras sin identidad, que de vez en cuando, quedaban descubiertas por los faros de algún coche perdido.
Al cabo de poco tiempo andando, desembocó el lado de una vieja fábrica abandonada. Un gato blanco pasó a su lado y se metió por una ranura que había en la pared. Cruzó la calle y entró en el parque. Se acercó al muro y miró al horizonte. Ya se veía algo más... La niebla iba desapareciendo poco a poco. Contempló las luces encendidas del puerto y los barcos dormidos. Se quedó así un rato, admirando lo bonito que estaba todo al amanecer. Miró el reloj, las 7:15. Se dio la vuelta y se fue. Giró a la derecha y descendió por unas empinadas escaleras. Cruzó y llegó al puerto.
Se paró al lado de la barandilla, escuchando los sonidos de la mañana. El mar le dio los buenos días y le dijo que quería contarle mil historias para que ella las escribiese. Como siempre. Los barcos también la saludaron y la invitaron a vivir historias con ellos... Sonrió. A veces tenía demasiada imaginación. Pero hoy no tenía tiempo, la noche iba desapareciendo. Bajó a las pasarelas... Un, dos y giró a la izquierda. Se metió entre los barcos y llegó al final. Se sentó, cruzó las piernas y apoyó la espalda en aquel barco blanco... La pasarela de madera se movía al compás del mar bajo su cuerpo. Cerró los ojos y llamó al viento, que empezó a soplar.
Le acarició la cara y ella, aún con los ojos cerrados, empezó a llorar. Y mientras las lágrimas la desgarraban poco a poco, le dijo al viento:
-Hola... Tienes que decirle algo... Por favor... tienes que decirle, que... yo... dile...- y se lo contó todo. Le explicó todas y cada una de las cosas que había hecho y el por qué. Le dijo lo que nadie sabía, como jamás lo había contado. Su realidad era distinta a lo que todos veían y aún así, había sido...
Abrió los ojos de pronto, justo a tiempo para escuchar al viento despedirse, con un mensaje invisible.
Se levantó y se secó las lágrimas. Miró todo una vez más y se fue hacia ninguna parte.
***
Un momento después, en otra ciudad el viento entraba por una ventana y despertaba, tirando unos papeles, a un chico con el pelo del color del Sol. Él, se levantó y sin escuchar, cerró la ventana, molesto. El viento intentó entrar, intentó explicarle, pero él solo volvió a tumbarse.
El viento en su intento de decir, se quedó sin palabras, y el Sol, se quedó sin saber.

domingo, 2 de octubre de 2011

Echar de menos lo inexistente

Todavía era por la mañana. Hacía buen día, muy buen día... Parecía verano. Mientras miraba por la ventana, la brisa caliente del mar le acariciaba la cara y le revolvía el pelo.Contemplaba el paisaje y pensaba en lo bien que se estaba sin sujetador. De vez en cuando cerraba los ojos y respiraba... Se sentía genial. Solamente llevaba unas pequeñas bragas negras pero aún así tenía calor. Qué Octubre tan raro.
Se giró y miró hacia su viejo escritorio. En él una libreta abierta, sin escribir... completamente en blanco. A su lado, un bolígrafo.
Se quedó observando sin pensar. Se acercó y se sentó en la silla. Hacía mucho tiempo que había dejado de escribir, hacía mucho tiempo que no tenía nada que decir... pensó que quizás también debería dejar de hablar. Sonrió. Cogió el paquete de tabaco y encendió un cigarro.
El Sol hacía que su piel brillara y dibujaba sombras en la habitación. Todo había cambiado, pero, todo seguía igual. Aquella casa siempre le hacía echar en falta algo, pero nunca sabía el qué. Aquella vieja casa siempre la había inspirado para escribir cosas sin sentido, para llamar a lo invisible, para echar de menos lo inexistente, pero, ahora...
Se levantó y se miró en el gran espejo. Su larga melena ya le llegaba por debajo de la cintura. Quiso pensar... quiso volver a soñar como antes. Como siempre, pero... Simplemente se hizo una trenza, encendió otro cigarro y volvió a la ventana.