viernes, 26 de agosto de 2011

Sólo con la certeza del color de sus ojos.

El viento empezó a levantarse. Era ya muy tarde y la noche reinaba sobre el cielo. Las olas del mar rompían despacio sobre la arena y ella, caminaba mirando al horizonte, con rumbo a ninguna parte.
La magia corría por sus venas. Cerró los ojos y le vio. Allí estaba, como siempre, arañando lo más hondo de su ser. Apretó los puños y volvió a abrir los ojos. Respiró... No iba a dejarle ir, y eso, la estaba matando por dentro. Ni siquiera sabía quién era él. Solo recordaba una mirada, en un lugar lleno de gente. A penas había sido un segundo, pero, estaba decidida a encontrarle. Sabía que aquellos ojos querían decirle algo. Algo importante. Le daba igual lo peligroso que pudiese ser, no tenía a nadie, si le pasaba cualquier cosa, nadie la echaría en falta. Además, desde aquella vez ya no se sentía sola, él la acompañaba siempre, a donde quiera que fuese, él, siempre seguía allí. Solo tenía que cerrar los ojos para comprobarlo.
Miró al cielo. Las estrellas la observaban. Estaban preocupadas. Siempre había sido una niña rebelde e imprudente, pero siempre sabía lo que hacía y el por qué. Lo malo, es que muchas veces nada salía bien, y las estrellas si sabían quién era él y no podían dejarla ir. Volvería a hacerse daño. Aún así, como siempre, a pesar de todos los avisos, ella no hacía caso.
El mar ya lo había aceptado. Al fin y al cabo, él también era igual que ella, impredecible y libre.
El viento, la brisa, no decía nada, se limitaba a acompañarla a donde quiera que fuese y a darle su apoyo. Sin más. Al igual que la luna.
Así, esa noche se despidió de todos, pues, aquel viaje debía hacerlo sola, y partió en su busca, sin saber nada. Sólo con la certeza del color de sus ojos.
.
En la otra parte del mundo, alguien se despedía del viento ardiente del desierto, de las nubes, de aquella cálida arena y del sol.
La magia corría por sus venas. Él, cerró los ojos y volvió a verla. Estaba seguro, y le daba igual todo lo demás. La prudencia no era una de sus virtudes. Además, ya no se sentía solo, ella siempre iba con él. Y sin saber nada, sólo con la certeza del color de sus ojos, partió en su busca.

-

-Mírame. ¡MÍRAME! ¿Qué creías? ¿Que podías ganarme? ¿A MÍ?
La más horrible de las risas llenó la habitación. Lloros...
-¿Por qué será que no me sorprende? Siempre has sido una completa ilusa. Demasiado arrogante para darte cuenta de las cosas. Demasiado arrogante para entender... Siempre centrada en tus planes, sin ni siquiera pensar en cómo podías mover tus fichas teniendo en cuenta las demás. Porque si, amor, hay más fichas en el tablero.
Se hizo el silencio. Un silencio donde podía olerse el odio más profundo.
-Tengo que reconocer, que a pesar de todo, has jugado bien. Has sabido ser falsa, hipócrita, has sabido mentir, y sonreír. Pero, ¿sabes cuál es tu problema? Que hablas demasiado, muñeca. Y digas lo que digas, siempre habrá algo que te delatará. Porque sobra. Igual que tú.
Un empujón, y un cuerpo, atado a una silla en el suelo, sollozando.
- Si, eres buena. Pero no sabías que yo era mejor que tú. Actué y caíste. Confiaste en la persona equivocada.
Otra vez aquella horrible risa. Mi risa.
-¿Ahora lo entiendes no? Si... todo fue obra mía. ¿Lloras? No te servirá de nada. Sé que lo sabes.
La levanté del suelo y saqué la pistola. Ya estaba cargada y lista para matar. Para eliminar a otro jugador. La miré. En sus ojos, había una pregunta, ¿por qué? y no me atreví a contestarla. Tres disparos. La sangre me salpicó. Me quedé quieta un momento, con el semblante impasible, pero, revuelta por dentro. ¿Qué me había pasado? ¿Quién era? Yo... yo... jamás había sido así, siempre había sabido perdonar, y lo peor, es que ahora ni siquiera me arrepentía. Sonreí. Guardé la pistola. Yo, ya había muerto hace mucho tiempo.
La miré una última vez y volví a sonreír. Qué patética.
Me limpié la sangre y me arreglé. Me puse unos tacones altos, negros. Prefería reservar los rojos para su funeral.
Lo último que pensé antes de cerrar la puerta, fue... ¿Por qué? ¿Acaso todo esto, había tenido sentido alguna vez?

Tormentas de verano.

Se levantó, con rabia, y sin dar explicación alguna salió de casa. En la calle hacía frío, el cielo estaba cubierto de nubes y amenazaba con llover. Era agosto.
Lo cierto es que ni siquiera se fijó en ello. Desde hacía mucho tiempo, todos los días le parecían iguales. Caminaba entre la gente, impasible. Sin más. Tenía la sensación de vivir en un túnel, oscuro, sin salida. Dónde sus paredes le gritaban siempre lo mismo, "Ya no más". Y día tras día se había convencido de ello. Ya no más.
Todo le acabó siendo indiferente. Se encerró en su mundo y dejó de sentir. Ya nada existía a parte de la oscuridad. Sonrisas falsas, mentiras. Emociones olvidadas...
Pero, un día cualquiera, una luz entró en el túnel. Podría decirse que era verde... verde esmeralda, y marrón. Eran los colores de un bosque. De un bosque lleno de secretos... Las paredes comenzaron a gritar, cada vez más fuerte. Aquella luz le daba miedo, pero, no podía dejar de seguirla.
Ya no más. Ya no más. Ya no más.
Miedo, miedo al dolor, a volver a caer en un pozo sin fondo. Pero... aquella luz era libertad, rompería todas los barrotes, se llevaría la oscuridad. Era calma, y lo más horrible, lo peor de todo... era amor.
Ya no más. Ya no más. Ya no más.
La luz iluminó una puerta.
¿Y si la habría? Ya no más.
De pronto, una fuerza olvidada. Algo en lo que siempre había creído salió de su interior. Amor. Él era más fuerte que nada, podía con todo... Ya no más. Ya... No... no. En sus sueños. El mundo lo destruiría, no estaba preparado para abandonarlo todo por un sentimiento... por un sueño... Y eso era todo al fin y al cabo, un sueño, hecho añicos. El amor, no existía.
Ya no más. Ya no más. Ya...
Gritó, y a pesar de todo. A pesar de las paredes, de los barrotes, de la oscuridad y del tiempo, volvió a apostar por lo que creía. Por una simple ilusión. Abrió la puerta y salió. Otra vez, el mundo. Asombroso, increíble... y corrompido por el ser humano.
Y de pronto, la luz se convirtió en una sombra... en una persona, que empezó a caminar y desapareció entre la gente.
Volvió en si. Estaba sentada en un portal. Ya no había nadie en la calle, y por primera vez en mucho tiempo, reparó en el cielo. Las nubes cada vez eran más negras. Se levantó y empezó a recorrer el camino a casa, pero, frenó en seco. Se fijó en una sombra que la observaba desde una esquina. Sonriendo... Ella también sonrió. Un rayo iluminó unos ojos. Marrones y verdes.
La tormenta empezaba.

martes, 23 de agosto de 2011

Y todavía...

Todo seguía igual. Aquel estrecho camino hacia el bosque, el río, los campos de maíz, las casas de colores... Era extraño. Era como si el tiempo no hubiese pasado por allí.
Cuántos años lejos... y había vuelto. Estaba de nuevo en mi hogar... Y, sin embargo, nadie me reconocía. Vecinos, viejos amigos que había dejado atrás, ahora, se giraban a mirar quién sería aquella desconocida. Yo los recordaba a todos, jamás los había olvidado, pero, ellos ya no sabían quién era. Había cambiado.
Seguí andando, con el corazón encogido, por aquel sitio en el que todo seguía igual, y en el que ya nadie me echaba en falta.
Busqué el cementerio. También estaba igual. La última vez que había estado allí, hacía un buen día, pero, aún así, yo lo recordaba todo gris. Todavía era una niña, y mis padres, acababan de morir en un accidente de coche. Esa misma mañana, mi madre había hecho mi tarta favorita, de frambuesa... Jamás había vuelto a probarla.
De repente, un chico de mi edad, salió de un rincón. Era rubio, con unos ojos azul claro, moreno de piel. Se me acercó, y sonriendo, me preguntó:
-¿Buscabas a alguien en particular?
-No es posible...-dije en un susurro-¿Diego?
El frunció el ceño, pero un segundo más tarde ya se había dado cuenta... La sonrisa se le borró de la cara.
-¿Qué haces aquí?
-¿Qué?
-Que, ¿qué haces aquí? ¿por qué has vuelto?
-Yo... e..echaba de menos todo esto
-¿Ah si?- Rió- Seguro... ¿cuántos años has estado fuera? ¿quince? Y en todos esos años, ni una llamada, ni una sola carta. Te fuiste, una mañana, un jueves, sin más, sin dar explicaciones y no volviste. No me dijiste ni adiós. Nos borraste a todos de tu vida, sin que nadie te importara lo más mínimo. Ni siquiera yo. ¿Y ahora vuelves? ¿a qué?
Me quedé callada, mirándolo. Yo.. yo...
-Yo... era una niña. Mis padres ya no estaban, y creía que si me quedaba aquí me pasaría lo mismo que a ellos, que moriría sin que nadie, más que cuatro vecinos, me echasen en falta... y no quería. Quería que el día de mi muerte llorase mucha gente, que en el cementerio hubiera muchísimas personas... No me daba cuenta de que lo importante no es ser conocido, si no, ser una persona que valga la pena conocer. Y que no hay nada más importante que la gente que te quiere... Ahora mismo, solo te querría a ti en mi funeral, como siempre. Solos, tú y yo. Porque aunque no escribiese, yo nunca os olvidé, lo prometo. No hay un día en el que no me levante pensando en todo esto, en lo que dejé atrás... en mis amigos, en ti...
Mis lágrimas en ese momento empezaban a querer escapar.
-Oh... que bonito. Pero llegas quince años tarde ¿sabes? Te esperé, días, meses... años... Pero me di por vencido, no debías de quererme mucho si te fuiste así...
-Diego...
-... siempre te gustaron las palabras, ¿no es cierto? pero...
-¡Diego!
-¿Qué?
-Llévame a casa.
Entonces me miró. De verdad. Miró más allá de mis ojos, como hacía siempre. Como cuando éramos unos simples adolescentes y no nos importaba nada más que estar juntos. Clavó sus ojos azules en los míos, entró en lo más hondo de mí y lo entendió todo. Pero no dijo nada, se puso a andar, sin más.
Cuando llegamos tenía el corazón a punto de salirme del pecho, las lágrimas contenidas... No me lo podía creer, allí estaba. Mi vieja casa de piedra, con sus ventanas y su porche verdes. Como siempre.
Si, quizás estaba un poco más cubierta de plantas y enredaderas, y quizás el verde estaba un poco más desgastado, pero, era la misma. Mi casa... Me temblaban las manos. Fui hacia la parte de atrás, hacia el jardín, y los dos, lo vimos. Nuestra vieja cabaña del árbol, nuestro columpio, y dos iniciales grabadas en un tronco...
Nos miramos, y esa mirada llevaba consigo más palabras de las que ninguno hubiese podido decir, más sentimientos de los que nadie hubiese podido expresar. En ese momento, los dos lo olvidamos todo, los años que habían pasado... En ese momento él me perdonó y nos abrazamos. Rompí a llorar. Y entre lágrimas viví el abrazo más intenso del mundo. Fue el abrazo de momentos perdidos durante quince años. Pero eso ya había pasado y ahora ya no importaba.
-Vamos- me dijo.
Cogidos de las manos entramos en mi casa. En el que siempre había sido y sería mi hogar.
Y todavía olía a frambuesa.

sábado, 13 de agosto de 2011

Ya no había nadie en el teatro. El público se había ido, poco a poco… Hablando, pensando en lo que acababan de ver… Los actores después de saludar se habían vestido, los músicos habían guardado sus instrumentos, y poco a poco, también se habían marchado. Solo estaba yo. Sentada al borde del escenario, observando la gran sala vacía. Los palcos, las butacas, antes tan llenos de gente, que soñaba y sentía, ahora, estaban sombríos, oscuros, vacíos… igual que yo.
Fue mi peor actuación, había actuado sin pensar, sin prestar atención a lo que ocurría a mi alrededor, sin sentir… como un autómata que simplemente hacía su papel. Nadie entre el público lo había notado.
Me levanté, ausente… Ya era hora de irse. Eché un último vistazo al teatro. Era asombroso, enorme. Allí había guardadas mil historias, mil personajes, y millones de sentimientos. Aún vacío parecía lleno. Parecía que aún se oían las respiraciones contenidas y los aplausos.
Pensando esto, fui hacia mi camerino. Abrí la puerta, me senté frente al espejo y contemplé mi rostro. Impasible.
De pronto, empecé a oír pasos. No sabía que había nadie más. ¿Quién sería a esas horas? Los pasos cesaron, y la puerta se abrió. Era el bufón. Cómo no… Él sí había notado lo de esa tarde, él siempre lo notaba todo.
Sin decir nada cruzó la habitación y abrió la ventana. El viento me revolvió el pelo y me acarició la cara. Sonreí. Él me guiñó un ojo, y se fue. Sin decir palabra.
Suspiré. Recordaba la primera vez que le había visto. Yo todavía era una simple espectadora, no era nadie allí dentro y ahora, todo había cambiado. Incluso aquella sonrisa fría, perpetua del bufón, ahora era sincera. De verdad. Se había cambiado su viejo traje oscuro por uno rojo. Rojo escarlata… Lo cierto es que le sentaba genial. Volví a sonreír.
Me vestí, despacio, con calma. Ya me sentía mucho mejor. Me acerqué a cerrar la ventana, pensando en que el viento siempre sabía cuando y como tenía que soplar. Y en ese momento, le vi. De que era él, no había duda. De espaldas, apoyado en una columna. Mi corazón empezó a latir con fuerza, con demasiada fuerza… Otra vez no. Él amor había vuelto a mis venas, y eso no podía ser bueno. Los recuerdos me asaltaron. No, no podía ser nada bueno. Y menos ahora. La compañía se iba. Nos íbamos a actuar por el mundo, y yo, otra vez en el peor momento, me había enamorado sin remisión.
Cogí mi abrigo y cerré la puerta. Con el corazón en un puño, dispuesta a volver a fingir. No podía saber que le quería. No… no… ¿no qué? Ni yo lo sabía, pero daba igual. Nos íbamos, y ya nada podía ser.
Cuando llegué a su lado me miró.
-¿Qué te ha pasado hoy?
Él también lo había notado.
-Yo… emm… la semana que viene nos vamos. Empieza la gira.
 Se puso serio de repente, y se sentó. Yo me senté a su lado, aún con el semblante sin emoción alguna, ajena a los gritos que intentaban salir de mi estómago.
-¿Y…?
Y rompí a llorar. Él se quedó parado un momento, sorprendido, y luego me abrazó. Cuando paré me sentía bien. De hecho, simplemente, sentía. Lo miré y me dijo:
-Supongo que si te vas…
-Shh… si me voy, te querré donde quiera que esté. Ya no tengo miedo.
Le besé, y en ese momento volví a ser yo. Y estaba dispuesta a arriesgarlo todo. Por amor. Y a morir en el intento. Como siempre. El futuro me seguía asustando, pero seguiría adelante. Por él. Por nosotros. Porque le quería.
Y mientras estábamos allí sentados contemplando la luna, el bufón negaba con la cabeza, y sonriendo, cerraba la ventana.




martes, 9 de agosto de 2011

Música. Violonchelos.

Se abre el telón.
Máscaras. Todas sentadas en un tiovivo, que gira y gira sin parar. Aparentemente todo va bien. Aparentemente... Todos hablan. Todos mienten. Y tantas mentiras se convierten en verdad. Es una espiral, no tiene salida. Ríen. ¿Pero quién?¿Las personas, o las máscaras? Nadie lo sabe. Al principio todo era un juego, y ahora, se ha convertido en realidad. Dos bandos. Aunque... ya nadie confía en nadie. O si... Quizás. Pero la verdad está oculta. El tiovivo gira demasiado rápido. De pronto, algunas de las máscaras cruzan sus miradas, y se dan las manos. Parece que el tiovivo empieza a parar. Por fin. La verdad vuelve, las máscaras van a caer y las personas jamás se soltarán. Parece... solo parece. Porque de un lado del escenario sale un espantapájaros. Un juguete, una marioneta que se cree que es ella la que mueve los hilos, y vuelve a empujar el tiovivo. Y ríe. Porque se cree que en ese juego no le gana nadie. No se da cuenta de que juega solo. De que hace mucho tiempo que ya no es un juego.
Y de repente, una de las máscaras, grita: BASTA. Pone un pie en el suelo, y frena el tiovivo.
El público guarda silencio. Los violonchelos suben.
Las máscaras se levantan, una tras otra y todas se ponen en frente al espantapájaros. La que está dando la mano a la que paró el tiovivo, agarra su careta y la tira al suelo. Lo mismo van haciendo las demás. Una tras otra... Y la verdad sale con fuerza de su escondite. Como el viento más fuerte. Como un huracán, y el espantapájaros cae al suelo.
Las personas que están frente a él, vacilan. No saben si tenderle la mano, o no. Porque ya no llevan careta. Y todas saben que el espantapájaros no fue siempre como se le ve. Pero nadie hace nada, hasta que alguien, da un paso adelante y le dice:
-Las marionetas no manejan su destino. Solo obedecen.
-Yo no obedezco a nadie.
Todos sonríen.
-Aparentemente...
Se dan la vuelta y se marchan. Algunos miran hacia atrás. Me atrevo a decir que todos. Y tres de ellos, se quedan rezagados. Dos niegan con la cabeza, y con pena, dicen adiós. Se van. Una persona se queda atrás. La que paró el tiovivo, se acerca al espantapájaros. Se agacha, y mientras las lágrimas recorren sus mejillas, le susurra:
-Hasta siempre.
Se da la vuelta y corre hacia los demás, mientras mira como la luna aparece de entre la niebla, para decir, "Lo siento" y acto seguido, volver a desaparecer. Los violonchelos cesan.
Cae el telón.
Nadie aplaude.

jueves, 4 de agosto de 2011

Ni príncipes, ni princesas...


…ni reyes, ni reinas. Simplemente, antihéroes.
Rompemos zapatitos de cristal, calzamos botas militares, mentimos, amañamos, reímos a vuestra costa… amamos.
Vivimos en una apuesta continua, en la que si no ganamos, no vale. Y simplemente, la amistad va por delante de todo.