martes, 23 de agosto de 2011

Y todavía...

Todo seguía igual. Aquel estrecho camino hacia el bosque, el río, los campos de maíz, las casas de colores... Era extraño. Era como si el tiempo no hubiese pasado por allí.
Cuántos años lejos... y había vuelto. Estaba de nuevo en mi hogar... Y, sin embargo, nadie me reconocía. Vecinos, viejos amigos que había dejado atrás, ahora, se giraban a mirar quién sería aquella desconocida. Yo los recordaba a todos, jamás los había olvidado, pero, ellos ya no sabían quién era. Había cambiado.
Seguí andando, con el corazón encogido, por aquel sitio en el que todo seguía igual, y en el que ya nadie me echaba en falta.
Busqué el cementerio. También estaba igual. La última vez que había estado allí, hacía un buen día, pero, aún así, yo lo recordaba todo gris. Todavía era una niña, y mis padres, acababan de morir en un accidente de coche. Esa misma mañana, mi madre había hecho mi tarta favorita, de frambuesa... Jamás había vuelto a probarla.
De repente, un chico de mi edad, salió de un rincón. Era rubio, con unos ojos azul claro, moreno de piel. Se me acercó, y sonriendo, me preguntó:
-¿Buscabas a alguien en particular?
-No es posible...-dije en un susurro-¿Diego?
El frunció el ceño, pero un segundo más tarde ya se había dado cuenta... La sonrisa se le borró de la cara.
-¿Qué haces aquí?
-¿Qué?
-Que, ¿qué haces aquí? ¿por qué has vuelto?
-Yo... e..echaba de menos todo esto
-¿Ah si?- Rió- Seguro... ¿cuántos años has estado fuera? ¿quince? Y en todos esos años, ni una llamada, ni una sola carta. Te fuiste, una mañana, un jueves, sin más, sin dar explicaciones y no volviste. No me dijiste ni adiós. Nos borraste a todos de tu vida, sin que nadie te importara lo más mínimo. Ni siquiera yo. ¿Y ahora vuelves? ¿a qué?
Me quedé callada, mirándolo. Yo.. yo...
-Yo... era una niña. Mis padres ya no estaban, y creía que si me quedaba aquí me pasaría lo mismo que a ellos, que moriría sin que nadie, más que cuatro vecinos, me echasen en falta... y no quería. Quería que el día de mi muerte llorase mucha gente, que en el cementerio hubiera muchísimas personas... No me daba cuenta de que lo importante no es ser conocido, si no, ser una persona que valga la pena conocer. Y que no hay nada más importante que la gente que te quiere... Ahora mismo, solo te querría a ti en mi funeral, como siempre. Solos, tú y yo. Porque aunque no escribiese, yo nunca os olvidé, lo prometo. No hay un día en el que no me levante pensando en todo esto, en lo que dejé atrás... en mis amigos, en ti...
Mis lágrimas en ese momento empezaban a querer escapar.
-Oh... que bonito. Pero llegas quince años tarde ¿sabes? Te esperé, días, meses... años... Pero me di por vencido, no debías de quererme mucho si te fuiste así...
-Diego...
-... siempre te gustaron las palabras, ¿no es cierto? pero...
-¡Diego!
-¿Qué?
-Llévame a casa.
Entonces me miró. De verdad. Miró más allá de mis ojos, como hacía siempre. Como cuando éramos unos simples adolescentes y no nos importaba nada más que estar juntos. Clavó sus ojos azules en los míos, entró en lo más hondo de mí y lo entendió todo. Pero no dijo nada, se puso a andar, sin más.
Cuando llegamos tenía el corazón a punto de salirme del pecho, las lágrimas contenidas... No me lo podía creer, allí estaba. Mi vieja casa de piedra, con sus ventanas y su porche verdes. Como siempre.
Si, quizás estaba un poco más cubierta de plantas y enredaderas, y quizás el verde estaba un poco más desgastado, pero, era la misma. Mi casa... Me temblaban las manos. Fui hacia la parte de atrás, hacia el jardín, y los dos, lo vimos. Nuestra vieja cabaña del árbol, nuestro columpio, y dos iniciales grabadas en un tronco...
Nos miramos, y esa mirada llevaba consigo más palabras de las que ninguno hubiese podido decir, más sentimientos de los que nadie hubiese podido expresar. En ese momento, los dos lo olvidamos todo, los años que habían pasado... En ese momento él me perdonó y nos abrazamos. Rompí a llorar. Y entre lágrimas viví el abrazo más intenso del mundo. Fue el abrazo de momentos perdidos durante quince años. Pero eso ya había pasado y ahora ya no importaba.
-Vamos- me dijo.
Cogidos de las manos entramos en mi casa. En el que siempre había sido y sería mi hogar.
Y todavía olía a frambuesa.

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