viernes, 26 de agosto de 2011

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-Mírame. ¡MÍRAME! ¿Qué creías? ¿Que podías ganarme? ¿A MÍ?
La más horrible de las risas llenó la habitación. Lloros...
-¿Por qué será que no me sorprende? Siempre has sido una completa ilusa. Demasiado arrogante para darte cuenta de las cosas. Demasiado arrogante para entender... Siempre centrada en tus planes, sin ni siquiera pensar en cómo podías mover tus fichas teniendo en cuenta las demás. Porque si, amor, hay más fichas en el tablero.
Se hizo el silencio. Un silencio donde podía olerse el odio más profundo.
-Tengo que reconocer, que a pesar de todo, has jugado bien. Has sabido ser falsa, hipócrita, has sabido mentir, y sonreír. Pero, ¿sabes cuál es tu problema? Que hablas demasiado, muñeca. Y digas lo que digas, siempre habrá algo que te delatará. Porque sobra. Igual que tú.
Un empujón, y un cuerpo, atado a una silla en el suelo, sollozando.
- Si, eres buena. Pero no sabías que yo era mejor que tú. Actué y caíste. Confiaste en la persona equivocada.
Otra vez aquella horrible risa. Mi risa.
-¿Ahora lo entiendes no? Si... todo fue obra mía. ¿Lloras? No te servirá de nada. Sé que lo sabes.
La levanté del suelo y saqué la pistola. Ya estaba cargada y lista para matar. Para eliminar a otro jugador. La miré. En sus ojos, había una pregunta, ¿por qué? y no me atreví a contestarla. Tres disparos. La sangre me salpicó. Me quedé quieta un momento, con el semblante impasible, pero, revuelta por dentro. ¿Qué me había pasado? ¿Quién era? Yo... yo... jamás había sido así, siempre había sabido perdonar, y lo peor, es que ahora ni siquiera me arrepentía. Sonreí. Guardé la pistola. Yo, ya había muerto hace mucho tiempo.
La miré una última vez y volví a sonreír. Qué patética.
Me limpié la sangre y me arreglé. Me puse unos tacones altos, negros. Prefería reservar los rojos para su funeral.
Lo último que pensé antes de cerrar la puerta, fue... ¿Por qué? ¿Acaso todo esto, había tenido sentido alguna vez?

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