martes, 9 de agosto de 2011

Música. Violonchelos.

Se abre el telón.
Máscaras. Todas sentadas en un tiovivo, que gira y gira sin parar. Aparentemente todo va bien. Aparentemente... Todos hablan. Todos mienten. Y tantas mentiras se convierten en verdad. Es una espiral, no tiene salida. Ríen. ¿Pero quién?¿Las personas, o las máscaras? Nadie lo sabe. Al principio todo era un juego, y ahora, se ha convertido en realidad. Dos bandos. Aunque... ya nadie confía en nadie. O si... Quizás. Pero la verdad está oculta. El tiovivo gira demasiado rápido. De pronto, algunas de las máscaras cruzan sus miradas, y se dan las manos. Parece que el tiovivo empieza a parar. Por fin. La verdad vuelve, las máscaras van a caer y las personas jamás se soltarán. Parece... solo parece. Porque de un lado del escenario sale un espantapájaros. Un juguete, una marioneta que se cree que es ella la que mueve los hilos, y vuelve a empujar el tiovivo. Y ríe. Porque se cree que en ese juego no le gana nadie. No se da cuenta de que juega solo. De que hace mucho tiempo que ya no es un juego.
Y de repente, una de las máscaras, grita: BASTA. Pone un pie en el suelo, y frena el tiovivo.
El público guarda silencio. Los violonchelos suben.
Las máscaras se levantan, una tras otra y todas se ponen en frente al espantapájaros. La que está dando la mano a la que paró el tiovivo, agarra su careta y la tira al suelo. Lo mismo van haciendo las demás. Una tras otra... Y la verdad sale con fuerza de su escondite. Como el viento más fuerte. Como un huracán, y el espantapájaros cae al suelo.
Las personas que están frente a él, vacilan. No saben si tenderle la mano, o no. Porque ya no llevan careta. Y todas saben que el espantapájaros no fue siempre como se le ve. Pero nadie hace nada, hasta que alguien, da un paso adelante y le dice:
-Las marionetas no manejan su destino. Solo obedecen.
-Yo no obedezco a nadie.
Todos sonríen.
-Aparentemente...
Se dan la vuelta y se marchan. Algunos miran hacia atrás. Me atrevo a decir que todos. Y tres de ellos, se quedan rezagados. Dos niegan con la cabeza, y con pena, dicen adiós. Se van. Una persona se queda atrás. La que paró el tiovivo, se acerca al espantapájaros. Se agacha, y mientras las lágrimas recorren sus mejillas, le susurra:
-Hasta siempre.
Se da la vuelta y corre hacia los demás, mientras mira como la luna aparece de entre la niebla, para decir, "Lo siento" y acto seguido, volver a desaparecer. Los violonchelos cesan.
Cae el telón.
Nadie aplaude.

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