sábado, 13 de agosto de 2011

Ya no había nadie en el teatro. El público se había ido, poco a poco… Hablando, pensando en lo que acababan de ver… Los actores después de saludar se habían vestido, los músicos habían guardado sus instrumentos, y poco a poco, también se habían marchado. Solo estaba yo. Sentada al borde del escenario, observando la gran sala vacía. Los palcos, las butacas, antes tan llenos de gente, que soñaba y sentía, ahora, estaban sombríos, oscuros, vacíos… igual que yo.
Fue mi peor actuación, había actuado sin pensar, sin prestar atención a lo que ocurría a mi alrededor, sin sentir… como un autómata que simplemente hacía su papel. Nadie entre el público lo había notado.
Me levanté, ausente… Ya era hora de irse. Eché un último vistazo al teatro. Era asombroso, enorme. Allí había guardadas mil historias, mil personajes, y millones de sentimientos. Aún vacío parecía lleno. Parecía que aún se oían las respiraciones contenidas y los aplausos.
Pensando esto, fui hacia mi camerino. Abrí la puerta, me senté frente al espejo y contemplé mi rostro. Impasible.
De pronto, empecé a oír pasos. No sabía que había nadie más. ¿Quién sería a esas horas? Los pasos cesaron, y la puerta se abrió. Era el bufón. Cómo no… Él sí había notado lo de esa tarde, él siempre lo notaba todo.
Sin decir nada cruzó la habitación y abrió la ventana. El viento me revolvió el pelo y me acarició la cara. Sonreí. Él me guiñó un ojo, y se fue. Sin decir palabra.
Suspiré. Recordaba la primera vez que le había visto. Yo todavía era una simple espectadora, no era nadie allí dentro y ahora, todo había cambiado. Incluso aquella sonrisa fría, perpetua del bufón, ahora era sincera. De verdad. Se había cambiado su viejo traje oscuro por uno rojo. Rojo escarlata… Lo cierto es que le sentaba genial. Volví a sonreír.
Me vestí, despacio, con calma. Ya me sentía mucho mejor. Me acerqué a cerrar la ventana, pensando en que el viento siempre sabía cuando y como tenía que soplar. Y en ese momento, le vi. De que era él, no había duda. De espaldas, apoyado en una columna. Mi corazón empezó a latir con fuerza, con demasiada fuerza… Otra vez no. Él amor había vuelto a mis venas, y eso no podía ser bueno. Los recuerdos me asaltaron. No, no podía ser nada bueno. Y menos ahora. La compañía se iba. Nos íbamos a actuar por el mundo, y yo, otra vez en el peor momento, me había enamorado sin remisión.
Cogí mi abrigo y cerré la puerta. Con el corazón en un puño, dispuesta a volver a fingir. No podía saber que le quería. No… no… ¿no qué? Ni yo lo sabía, pero daba igual. Nos íbamos, y ya nada podía ser.
Cuando llegué a su lado me miró.
-¿Qué te ha pasado hoy?
Él también lo había notado.
-Yo… emm… la semana que viene nos vamos. Empieza la gira.
 Se puso serio de repente, y se sentó. Yo me senté a su lado, aún con el semblante sin emoción alguna, ajena a los gritos que intentaban salir de mi estómago.
-¿Y…?
Y rompí a llorar. Él se quedó parado un momento, sorprendido, y luego me abrazó. Cuando paré me sentía bien. De hecho, simplemente, sentía. Lo miré y me dijo:
-Supongo que si te vas…
-Shh… si me voy, te querré donde quiera que esté. Ya no tengo miedo.
Le besé, y en ese momento volví a ser yo. Y estaba dispuesta a arriesgarlo todo. Por amor. Y a morir en el intento. Como siempre. El futuro me seguía asustando, pero seguiría adelante. Por él. Por nosotros. Porque le quería.
Y mientras estábamos allí sentados contemplando la luna, el bufón negaba con la cabeza, y sonriendo, cerraba la ventana.




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