miércoles, 4 de febrero de 2015

Una silla y una mesa blancas puestas frente una ventana tras la que se veía el mar, y se reflejaba su interior. La suave música de las olas... La respiración del universo.
Un anochecer que encoge lo más intenso del estómago.
La naturaleza.
Ella lloraba y no sabía por qué, pero aprovecha para atribuirle una lágrima a cada una de sus tristezas.Y se vaciaba, poco a poco, para poder respirar el placentero agobio de la nostalgia.
Escribe rápido y sin parar, plasmando miles de enredaderas destrozadas, que ya jamás podrán hacer de cadenas. Vaciaba sus venas de tinta. Llenaba de explosiones su corazón.
En realidad, es posible que llorase de felicidad. Estaba por encima, y a la vez, sometida, a esas sensaciones traicioneras que hacen fuertes a los poetas y débiles a los guerreros.
Eran sus peores y mejores alianzas. Porque desde luego ella tenía mucho de poeta guerrera.
Y siempre tendría algo por lo que vivir.

Drawing

Echaba de menos que me consumieran las líneas. Que estos grandes relojes de arena se convirtiesen en infinitos, mimetizándose poco a poco con la eternidad.
Café, pasar el tiempo entre hojas y música. Sin que nada más importe que dejar la mirada perdida en el bolígrafo, y que este te lleve a donde no tienes ni idea de que quieres llegar.
La palabra perfecta es perder(se). Para poder llorar, y con cada gota de agua, crear. Para levantarte de nuevo y apreciar sensaciones únicas de la rutina. Para que esta misma desaparezca. Para que nadie nos gane jamás. Para seguir, gritar...
Para poder volver a encontrarme, aún creyendo que nunca iba a regresar.
Pero escribo, y me doy cuenta de que sigo aquí, aunque , a veces, sea difícil reconocerse entre tanto alboroto.
Odio echarme de menos tan a menudo y no hacer nada para remediarlo. Pero eso, igual forma parte de este triángulo vicioso al que me gusta someterlo todo. Y eso, en realidad, significa que jamás me había ido.