miércoles, 4 de febrero de 2015

Una silla y una mesa blancas puestas frente una ventana tras la que se veía el mar, y se reflejaba su interior. La suave música de las olas... La respiración del universo.
Un anochecer que encoge lo más intenso del estómago.
La naturaleza.
Ella lloraba y no sabía por qué, pero aprovecha para atribuirle una lágrima a cada una de sus tristezas.Y se vaciaba, poco a poco, para poder respirar el placentero agobio de la nostalgia.
Escribe rápido y sin parar, plasmando miles de enredaderas destrozadas, que ya jamás podrán hacer de cadenas. Vaciaba sus venas de tinta. Llenaba de explosiones su corazón.
En realidad, es posible que llorase de felicidad. Estaba por encima, y a la vez, sometida, a esas sensaciones traicioneras que hacen fuertes a los poetas y débiles a los guerreros.
Eran sus peores y mejores alianzas. Porque desde luego ella tenía mucho de poeta guerrera.
Y siempre tendría algo por lo que vivir.

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