viernes, 25 de mayo de 2012

Días

Caía en el vacío, cada vez más ausente, cada vez más lejos... Apoyada en aquella ventana, mientras observaba la niebla que cubría aquel día lleno de nostalgia, se alejaba del mundo real. Poco a poco. Elevándose con cada nota de aquel lejano piano...
Sonaban aquellas canciones, aquellas que hacía tanto tiempo que no escuchaba. Y con cada acorde, traían un recuerdo, y con cada silencio, una vieja duda. Un viejo fantasma.
Una vieja mentira.
No distinguía el cielo de la tierra, todo era gris. No había lluvia, no hacía frío. Solamente la niebla cubría cada rincón, y el viento, soplaba más fuerte que nunca.
Y de pronto, la canción subió, 1, 2, 3... Arriba. La canción empezó a acelerar. Miles de arpegios sacados de la historia más trágica del mundo, llenaron aquella habitación poblada de tormentas, aquella habitación que la oprimía... Y de pronto, ella empezó a llorar. La ventana se abrió de repente, dejando entrar el frío, y el aire... Y se puso a llover, llovió y llovió. Y ella lloró. Lloró todo lo que tenía dentro, le gritó al viento todas y cada una de esas cosas que nunca había dicho, todas y cada una de esas cosas que pensaba cada vez que tocaba las teclas de su viejo piano. Gritó, gritó y aquel laberinto de pensamientos sin sentido que le encadenaba los ojos, se fue deshaciendo poco a poco, y mientras la canción bajaba, y se iba volviendo más lenta, todo se calmaba, y con el final, con aquella última y delicada nota, el viento se llevó la última lágrima, dejando un suspiro tras de si, y cerró la ventana.

Pensó, pensó y nunca dijo.

Una sensación de libertad recorrió su cuerpo, a pesar de que ya había aceptado que nunca somos libres del todo, pues siempre hay límites, siempre hay ataduras...
Siempre hay sentimientos.
Pensó en aquello que una sirena le había dicho una vez: "Siempre pensamos en el cielo como en la libertad, como en una posibilidad de escapar... Pero ni siquiera él es libre, está condenado. Condenado a ver siempre amanecer el Sol por el mismo sitio, y anochecer la Luna por el contrario... Siempre"
¿Qué significa ser libre?- pensó- Ya está todo inventado y catalogado, ya no se necesita nada más que caminar por el camino marcado, no pensar. Se hace lo que se dice que"se debe", y quién se sale de la senda no es bienvenido. Lo que se debe, lo que no, y en los mejores y más raros casos, lo que se quiere.
Pensó en que eso era la libertad, vivir la vida tal y como uno quiere, pero sin perjudicar a nadie más. Ninguna persona es superior a otra, nadie está por encima de nadie, y cuando antes entienda eso el mundo, todo irá mucho mejor, todo cambiará...
Pensó en que la libertad era una sonrisa.
Una sonrisa que contesta a otra, y un brillo en los ojos.
La libertad...

jueves, 10 de mayo de 2012

Visitas

Olía a verano, por fin, después de tantos días de intensa lluvia, llegaba. Llegaba el Sol y su aire caliente, el olor a mar y a hierba recién cortada.
Caminaba yo por las decadentes y encantadoras calles de aquella vieja y abandonada ciudad, donde los coches paraban para dejar pasar a un gato que paseaba a la sombra... Me encantaba. Me encantaba vagar por ella, dejarme llevar por sus callejones, callejuelas y barrios escondidos. Entre esas casas misteriosas...
Adoraba aquella ciudad.
Nadie lo entendía... Pero me encantaba, porque cada día, si te fijabas bien, encontrabas nuevos lugares. Nuevos lugares para tomar el Sol, para ver amanecer y anochecer, nuevos lugares para pasear, descansar y escribir. Si te fijabas bien, encontrabas cada día nuevas casas abandonadas que explorar, nuevos tejados a los que subir, una ventana fugitiva en la que nunca habías reparado, un balcón con flores, una casa escondida tras un árbol, un sitio nuevo para esconderse, un nuevo edificio, una puerta abierta hacia los secretos de una vieja casa...
Sonreía mientras danzaba por aquel recóndito lugar perdido, y de pronto, aparecí frente a mi antiguo colegio. El viento sopló una caricia, suave, y un olor a campo, a juegos y a sueños, llegó hasta mí... Sonreí, respiré, y me asaltó el recuerdo de aquellas fantasías infantiles. Seguía siendo igual de ingenua y soñadora a pesar de todo.
Me quedé allí un buen rato, mirando aquellas clases encantadas de risas y colores, aquel parque, la pista y el campo donde solíamos jugar, donde inventábamos mil y una historias. Nuestro árbol... El sauce llorón que había guardado nuestros secretos durante tantos años.
Un suspiro recorrió mi corazón y una lágrima inundó mi cuerpo. La nostalgia y la felicidad pasadas volvían a invadirme... Decidí despedirme con un "Hasta pronto" y seguir con mi camino sin rumbo. Y de pronto, absorta en mis pensamientos, casi sin darme cuenta, llegué al puerto. Decidí quedarme, un rallo de inspiración iluminaba mis ojos, necesitaba coger un bolígrafo.
Ya había ajetreo a aquellas horas de esa dulce mañana, y algunos marineros que preparaban su barco para zarpar, me saludaron. Claro, al fin y al cabo, yo era la loca que siempre iba a escribir a uno de sus muelles.
Sentí la brisa en la cara y suspiré. Los rizos por un momento me taparon la visión...
La marea estaba más alta que de costumbre, y, como siempre, se me partió el alma al ver en aquel sitio mágico el agua tan sucia... Nunca podría asimilarlo. Pensé en que algún día haría algo por ella.
Caminé hacia mi pequeño rincón de los sueños. Me saqué la mochila, me senté y me puse a escribir...
Por primera vez en mucho tiempo, la inspiración vino a visitarme. Y allí estuve, sin darme cuenta de los pasos de las agujas del reloj, sin darme cuenta de nada más que las palabras que fluían por mí, el calor, el sonido del mar, y el viento en la cara... Hasta que de pronto un barco salió del puerto, y unas olas movieron aquellas tablas de madera donde estaba sentada. Miré el reloj y me di cuenta de lo tarde que era, y de que me dolía la muñeca. Decidí recoger, e irme. Ya había acabado la historia que necesitaba liberar, que necesitaba escribir, esa que salía de dentro de mí, y ahora, las palabras necesitaban descansar...
Me levanté y contemplé el paisaje desde allí. Los barcos blancos y azules, y el puerto a juego con ellos. Las palmeras, aquel muro tan alto del baluarte, las terrazas, y el mar...
Y pensé, que dijeran lo que dijeran, en todo el universo, no había mejor sitio que aquel para pasar el verano. Donde el viento habla, el Sol arropa y todo es encantador.