jueves, 10 de mayo de 2012

Visitas

Olía a verano, por fin, después de tantos días de intensa lluvia, llegaba. Llegaba el Sol y su aire caliente, el olor a mar y a hierba recién cortada.
Caminaba yo por las decadentes y encantadoras calles de aquella vieja y abandonada ciudad, donde los coches paraban para dejar pasar a un gato que paseaba a la sombra... Me encantaba. Me encantaba vagar por ella, dejarme llevar por sus callejones, callejuelas y barrios escondidos. Entre esas casas misteriosas...
Adoraba aquella ciudad.
Nadie lo entendía... Pero me encantaba, porque cada día, si te fijabas bien, encontrabas nuevos lugares. Nuevos lugares para tomar el Sol, para ver amanecer y anochecer, nuevos lugares para pasear, descansar y escribir. Si te fijabas bien, encontrabas cada día nuevas casas abandonadas que explorar, nuevos tejados a los que subir, una ventana fugitiva en la que nunca habías reparado, un balcón con flores, una casa escondida tras un árbol, un sitio nuevo para esconderse, un nuevo edificio, una puerta abierta hacia los secretos de una vieja casa...
Sonreía mientras danzaba por aquel recóndito lugar perdido, y de pronto, aparecí frente a mi antiguo colegio. El viento sopló una caricia, suave, y un olor a campo, a juegos y a sueños, llegó hasta mí... Sonreí, respiré, y me asaltó el recuerdo de aquellas fantasías infantiles. Seguía siendo igual de ingenua y soñadora a pesar de todo.
Me quedé allí un buen rato, mirando aquellas clases encantadas de risas y colores, aquel parque, la pista y el campo donde solíamos jugar, donde inventábamos mil y una historias. Nuestro árbol... El sauce llorón que había guardado nuestros secretos durante tantos años.
Un suspiro recorrió mi corazón y una lágrima inundó mi cuerpo. La nostalgia y la felicidad pasadas volvían a invadirme... Decidí despedirme con un "Hasta pronto" y seguir con mi camino sin rumbo. Y de pronto, absorta en mis pensamientos, casi sin darme cuenta, llegué al puerto. Decidí quedarme, un rallo de inspiración iluminaba mis ojos, necesitaba coger un bolígrafo.
Ya había ajetreo a aquellas horas de esa dulce mañana, y algunos marineros que preparaban su barco para zarpar, me saludaron. Claro, al fin y al cabo, yo era la loca que siempre iba a escribir a uno de sus muelles.
Sentí la brisa en la cara y suspiré. Los rizos por un momento me taparon la visión...
La marea estaba más alta que de costumbre, y, como siempre, se me partió el alma al ver en aquel sitio mágico el agua tan sucia... Nunca podría asimilarlo. Pensé en que algún día haría algo por ella.
Caminé hacia mi pequeño rincón de los sueños. Me saqué la mochila, me senté y me puse a escribir...
Por primera vez en mucho tiempo, la inspiración vino a visitarme. Y allí estuve, sin darme cuenta de los pasos de las agujas del reloj, sin darme cuenta de nada más que las palabras que fluían por mí, el calor, el sonido del mar, y el viento en la cara... Hasta que de pronto un barco salió del puerto, y unas olas movieron aquellas tablas de madera donde estaba sentada. Miré el reloj y me di cuenta de lo tarde que era, y de que me dolía la muñeca. Decidí recoger, e irme. Ya había acabado la historia que necesitaba liberar, que necesitaba escribir, esa que salía de dentro de mí, y ahora, las palabras necesitaban descansar...
Me levanté y contemplé el paisaje desde allí. Los barcos blancos y azules, y el puerto a juego con ellos. Las palmeras, aquel muro tan alto del baluarte, las terrazas, y el mar...
Y pensé, que dijeran lo que dijeran, en todo el universo, no había mejor sitio que aquel para pasar el verano. Donde el viento habla, el Sol arropa y todo es encantador.

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