lunes, 23 de mayo de 2011

Más bien, el recuerdo de un sueño...

Un bolígrafo, un vieja libreta, un recuerdo… o un sueño… eran todo lo que tenía en ese momento.
Estaba sola. Completamente sola, en una biblioteca. Rodeada de infinitas estanterías llenas de libros. En situaciones normales, las hubiera recorrido todas y cada una de ellas, buscando los libros perfectos, y después, los devoraría, despacio, o rápido, uno a uno. O simplemente, los escogería al azar, y leería páginas sueltas, para después, inspirada, ponerme a escribir.
Pero hoy… hoy estoy distraída, en mi mundo. Hoy, grabado en mi mente, sólo hay el recuerdo de despertarme sobre tu cama, al lado de una rosa roja. Ese precioso sueño de un beso con sabor a una mañana de Mayo. El recuerdo de tus labios sobre los míos… Recuerdo… Sueño…
Más bien, el recuerdo de un sueño.
La luz del sol me daba en la cara, sin llegar a cegarme, cuando me desperté, tumbada en una cama desecha de sábanas blancas, arrugadas…
Me estiré, y me incorporé. Me coloqué el pelo a un lado y me froté los ojos. Y así, sentada, me quedé un rato mirando por la ventana, al horizonte… Respiré. Estaba genial, mejor que nunca… Sonreí.
De pronto, algo llamó mi atención. Era una rosa. Una rosa roja. La cogí, y la olí. Olía genial, y era preciosa. Tenía colgada una tarjeta, en la que ponía: “Buenas días, Princesa”. Mi corazón empezó a latir más fuerte de lo normal, la alegría me estallaba en el pecho, y mi sonrisa se hizo todavía mucho más grande.
Me quité las sábanas de encima, y me levanté de un salto. Mis pies descalzos tocaron el suelo, estaba frío, y yo, todavía estaba sin vestir. Los recuerdos de la noche anterior me hicieron estremecerme… Cogí tu camisa negra y me la puse. Olía a ti. Salí de la habitación y fui a la cocina. Allí estabas, preparando café.
Me acerqué a ti, sin hacer ruido, y te abracé por detrás. Te giraste, y me besaste…
Y desperté. Si, porque sólo había sido un sueño... ¿O no?
Esa misma mañana, al despertar, tenía un mensaje tuyo, en el que ponía: “Buenos días, Princesa”… No podía creérmelo… Y aún hoy, en esta vieja biblioteca, me pregunto, cómo, a pesar de estar a tanta distancia, sabes lo que quiero y lo que necesito a cada momento, lo que pienso, y lo que siento.
Aún hoy, me pregunto cómo consigues, que aún estando lejos, mi amor por ti, nunca se debilite.

lunes, 16 de mayo de 2011

Mmm...

Yacía muerto a mis pies, lleno de sangre. Y yo, con la cara manchada, sonreía.
Ya le había avisado, pero hizo oídos sordos y me atrajo hacia si. Pegó su boca a mi oreja, y mientras me abrazaba, empezó a susurrarme cosas preciosas, las más bonitas que te puedas imaginar…
Acto seguido todo quedó en silencio. Yo le dije que parara, pero el se rió y empezó a recorrer mi cuello con sus labios, despacio. Cerré los ojos, y un escalofrío me recorrió todo el cuerpo. Intenté apartarme de el, pero me agarró todavía con más fuerza, me cogió la cara con las dos manos, me miró a los ojos, y me besó en los labios. Primero dulce, despacio, pero luego, con más intensidad. Hasta que casi me quedo sin aire. En ese momento se lo advertí. Se lo dije. No me hizo caso. Y… ahora ya no hay remedio.
-Lo siento, pero, ya te lo advertí. Te avisé de que como siguieras así, te comería a besos- le dije mientras miraba su cadáver, y una sonrisa siniestra recorría mi rostro.

sábado, 14 de mayo de 2011

Smoke on the water, fire in the sky.

-Fuego.
De pronto, todos se quedaron callados. Pasos. Tacones…
La gente empieza a intercambiar miradas inquietas, que se dicen unas a otras: “Es ella”.
Le da un fuerte empujón a las grandes puertas de madera. A todos les da la sensación de que todo se doblega a su voluntad y de que las cosas se apartan a su paso.
Se queda parada en el umbral, a penas unos pocos segundos para que puedan observar con claridad que si, es ella, y después, seria, mirando hacia los lados y con la cabeza alta, atraviesa la habitación. Prepotente.
La gente la mira de arriba abajo. La admira. Y a todos se les para el corazón al ritmo de sus tacones rojos. Como el fuego.
Tacones rojos, pantalón negro, de cuero. Un corsé negro con flores rojas. Rosas rojas, que arden. Se une con lazos en la espalda, y la deja ver, medio descubierta. Pelo negro, muy negro, muy largo y liso. Y labios gruesos, rojos. Irresistibles. Ojos amarillos.
Y como si no se diera cuenta de nada, llega al otro lado de la habitación, arrasando todo a su paso, altiva, como si todo el mundo estuviera por debajo de ella.
Todos se apartan a su paso, mientras ella llega a la otra puerta. La abre, y antes de cerrarla y desaparecer, mira hacia atrás, por encima del hombro y sonríe. Acto seguido, cierra la puerta y se va.
Todos se quedan callados un momento. Pensando en ella.
Pensando en su despiadada sonrisa de fuego.
-Agua.
De pronto, todos se quedaron callados. Nadie escucha nada. Silencio. Pero todos saben que ella viene. Se acerca. Su presencia flota en el aire, y aunque sus pasos no hacen ruido, todos saben que está ahí.
Y otra vez, un fuerte empujón a las grandes puertas de madera. A todos les da la sensación de que todo se doblega a su voluntad y de que las cosas se apartan a su paso.
Se queda un tiempo en la puerta, mientras levanta la cabeza y pasea la mirada por toda la habitación. Y cuando todos están a punto de ahogarse porque no soportan esa mirada profunda, ella empieza a andar, prepotente.
La gente la mira de arriba abajo. La admira. Y a todos se les para el corazón, cuando ven sus pies descalzos avanzando, sin miedo a nada. Porque aunque parezca frágil, todos saben que es sólo una apariencia y que ella es invulnerable.
Pies descalzos, blancos, pálidos. Igual que el resto de su piel de brisa. Un vestido de cuatro azules, cada cual, más claro, o más oscuro, según como se mire. Pelo negro, muy negro, muy largo y muy liso. Labios finos, rosas, rosas muy claritos. Como los de una muñeca de porcelana. Irresistibles. Ojos amarillos.
Y mientras atraviesa la habitación, su vestido azul se mueve como las olas del mar.
Y como si no se diera cuenta de nada, llega al otro lado de la habitación, arrasando todo a su paso, altiva, como si todo el mundo estuviera por debajo de ella.
Todos se apartan a su paso, mientras ella llega a la otra puerta. La abre, y antes de cerrarla y desaparecer, mira hacia atrás, por encima del hombro y sonríe. Acto seguido, cierra la puerta y se va.
Todos se quedan callados un momento. Pensando en ella.
Pensando en su sonrisa. Rebelde, libre e impredecible. Como el agua.