sábado, 14 de mayo de 2011

Smoke on the water, fire in the sky.

-Fuego.
De pronto, todos se quedaron callados. Pasos. Tacones…
La gente empieza a intercambiar miradas inquietas, que se dicen unas a otras: “Es ella”.
Le da un fuerte empujón a las grandes puertas de madera. A todos les da la sensación de que todo se doblega a su voluntad y de que las cosas se apartan a su paso.
Se queda parada en el umbral, a penas unos pocos segundos para que puedan observar con claridad que si, es ella, y después, seria, mirando hacia los lados y con la cabeza alta, atraviesa la habitación. Prepotente.
La gente la mira de arriba abajo. La admira. Y a todos se les para el corazón al ritmo de sus tacones rojos. Como el fuego.
Tacones rojos, pantalón negro, de cuero. Un corsé negro con flores rojas. Rosas rojas, que arden. Se une con lazos en la espalda, y la deja ver, medio descubierta. Pelo negro, muy negro, muy largo y liso. Y labios gruesos, rojos. Irresistibles. Ojos amarillos.
Y como si no se diera cuenta de nada, llega al otro lado de la habitación, arrasando todo a su paso, altiva, como si todo el mundo estuviera por debajo de ella.
Todos se apartan a su paso, mientras ella llega a la otra puerta. La abre, y antes de cerrarla y desaparecer, mira hacia atrás, por encima del hombro y sonríe. Acto seguido, cierra la puerta y se va.
Todos se quedan callados un momento. Pensando en ella.
Pensando en su despiadada sonrisa de fuego.
-Agua.
De pronto, todos se quedaron callados. Nadie escucha nada. Silencio. Pero todos saben que ella viene. Se acerca. Su presencia flota en el aire, y aunque sus pasos no hacen ruido, todos saben que está ahí.
Y otra vez, un fuerte empujón a las grandes puertas de madera. A todos les da la sensación de que todo se doblega a su voluntad y de que las cosas se apartan a su paso.
Se queda un tiempo en la puerta, mientras levanta la cabeza y pasea la mirada por toda la habitación. Y cuando todos están a punto de ahogarse porque no soportan esa mirada profunda, ella empieza a andar, prepotente.
La gente la mira de arriba abajo. La admira. Y a todos se les para el corazón, cuando ven sus pies descalzos avanzando, sin miedo a nada. Porque aunque parezca frágil, todos saben que es sólo una apariencia y que ella es invulnerable.
Pies descalzos, blancos, pálidos. Igual que el resto de su piel de brisa. Un vestido de cuatro azules, cada cual, más claro, o más oscuro, según como se mire. Pelo negro, muy negro, muy largo y muy liso. Labios finos, rosas, rosas muy claritos. Como los de una muñeca de porcelana. Irresistibles. Ojos amarillos.
Y mientras atraviesa la habitación, su vestido azul se mueve como las olas del mar.
Y como si no se diera cuenta de nada, llega al otro lado de la habitación, arrasando todo a su paso, altiva, como si todo el mundo estuviera por debajo de ella.
Todos se apartan a su paso, mientras ella llega a la otra puerta. La abre, y antes de cerrarla y desaparecer, mira hacia atrás, por encima del hombro y sonríe. Acto seguido, cierra la puerta y se va.
Todos se quedan callados un momento. Pensando en ella.
Pensando en su sonrisa. Rebelde, libre e impredecible. Como el agua.

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