sábado, 22 de octubre de 2011

No os esforcéis, ni yo lo entiendo.

Cuantas veces le damos importancia a las cosas más tontas... Ahora mismo, con las manos congeladas y la nariz roja por el frío, intento escribir lo que siento, pero ni yo lo sé. Hace un momento sonreía, sonreía sin más porque el viento soplaba, porque las hojas de los árboles volaban con él, porque el otoño por fin era otoño, y no una mezcla entre verano e invierno. Todo era perfecto y no había nada por lo que preocuparse. Pero, a veces, de repente, el viento trae palabras sueltas, sin ningún sentido, que interpretamos como mejor nos parece, o como peor. Nunca se sabe. ¿Qué más da? El sentido común te dice, no hagas nada, no sabes de lo que se trata, olvídalo, seguro que no tiene importancia... pero hay otra parte de ti que te dice, ¿lo ves? Todo era mentira, todos te están engañando. Nada es real.
Al final no le haces caso a ninguna de las dos. Te comportas de una manera estúpida, pero no dices el por qué y... todo se vuelve confuso, no sabes nada, pero lo sabes todo.
Y aquí estoy, pensando, intentando escribir en un papel qué es lo que se me pasa por la cabeza en momentos así, pero, ni yo lo sé.
Una hoja cae en el banco de madera en el que estoy sentada, la miro, miro a mi alrededor y reparo en el color marrón-amarillo que tiene el día. Todo está precioso. Me doy cuenta de nuevo de lo frías que tengo las manos, y las meto dentro de las mangas del jersey. Las palabras siguen resonando en mi cabeza. Vuelvo a mirar a mi alrededor, y... oh. Allí hay alguien, allí, unos pasos más adelante, hacía demasiado que no le veía... y una mirada inoportuna se cruzó en mi camino. Y si antes lo daría todo por saber lo que significan ciertas palabras al viento, ahora daría lo que fuera por saber lo que significa una mirada cruzada con alguien que no es real. Como nada. Como todo. ¿Qué? No lo sé.
Ojalá pudiesen oírse esos versos que se transmiten de unos ojos a otros. Y ojalá pudiesen verse esas palabras que no dicen nada, y que lo estropean todo.

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