domingo, 27 de noviembre de 2011

Cuando nada más importa

Estaba dando uno de sus largos paseos. Sin rumbo. Iba sonriendo, estaba contenta y nadie sabía por qué. Era bi... bueno, tripolar mejor dicho, y a veces, su estado de ánimo parecía escogido al azar. Ese día, quién la conociera y supiese algo de su vida, pensaría que o bien algo había cambiado, o que no tenía motivos para sonreír de esa forma. Lo que no sabían, es que aunque a veces estuviese desbordada, y aunque no siempre tuviese motivos para sonreír, al final, siempre acababa encontrándolos.
Ese día estaba contenta por... porque si. No hacía frío a pesar del invierno, pero tampoco calor. El cielo azul claro y las nubes rosas. El Sol aún estaba saliendo... era la mañana perfecta.
Lo cierto es que había salido de casa de malas, siempre se levantaba de malas. Había cogido un gorro, una libreta, un bolígrafo y se había ido. Si, se había vuelto a olvidar las llaves. Y a medida que iba andando, todo se volvía más bonito. Se acordó de una de esas mañanas de Navidad que tanto le gustaban, donde fuera hacía buen tiempo, pero mucho frío a la vez, y ella, en pijama, miraba por la ventana. Todo estaba más bonito en Navidad... Sonrió. Bufandas, viento, regalos y sonrisas. Abrigos, gorros y abrazos. Nieve y sensación de calor. Pues bien, pensando en eso, se fue caminando, con su gorro de pompón y su libreta, dispuesta a escribir en su sitio favorito. Pocos lo conocían, muy pocos. Pensó en el algún día le llevaría y volvió a sonreír. ¿Veis? No era tan difícil. Y así, sin dejar de sonreír, llegó a donde quería. Se sentó en la hierba y se apoyó en el tronco de un árbol. Del único que había, de su árbol.
Sacó la libreta y el bolígrafo.
Y pensó en él. Una de las personas más importantes de su vida... Pensó y decidió. Decidió escribir sobre él. Abrió su libreta y... no supo como empezar. No sabía que decir, había demasiado de lo que hablar, pero a la hora de la verdad, nada de eso importaba. No sabía como explicarlo... Habían llegado a un punto en el que las gracias ya no había que darlas, que no hacía falta pedir perdón, valía con una mirada y un abrazo, en el que se decía lo que el otro ya sabía, en el que se decía todo. Y las palabras ya no importaban.
Cuantas cosas vividas... Pero por una vez no se puso a recordar. Ni los momentos buenos, ni los malos, ni los peores. No se puso a recordar los días, ni las risas, ni los lloros. Pues aunque siempre es bonito volver a recordarlo todo, ya nada de eso importaba. Solo importaba estar juntos, sin preocuparse de nada más. Ni el pasado, ni el futuro. Solo un hoy todos los días... Sonrió de nuevo.
Con él todo parecía más fácil, con él daban igual todos los obstáculos que hubiese en el camino. Con él, todo se podía conseguir.
Y pensó, pensó en todo lo que podía decir. Que era demasiado, y nada a la vez. Porque habían llegado a un punto en el que las palabras ya no hacían falta. No quería darle las gracias por estar a su lado y no irse jamás, por ayudarla en todo, por hacerla feliz y por vivir con ella lo mejor y lo peor de su vida. No quería pedirle perdón por ser una idiota de vez en cuando, pues eso él ya lo sabía.  Y ella sabía que era muy difícil de aguantar. No quería pedirle perdón por ello, ni por todas las malas contestaciones, ni por todos los errores. Quizás si quería pedirle perdón por no saber escribir sobre él. Pero es que era demasiado y él, era indefinible. No quería prometerle nada, él ya sabía, o bueno, intuía, que ella siempre iba a estar ahí. No quería demostrarle nada con palabras, pues para eso estaban los hechos.
¿Qué podía decir?
Nada, exactamente nada. Pues así, se decía todo. Las cosas se demuestran, y una mirada, vale más que mil palabras. Por mucho que ella dijese, jamás llegaría a entender todo lo que era para ella.
Así destapó el bolígrafo, y lo único que consiguió escribir, lo único que explicaba que si estaba él todo daba igual, lo único que lo decía todo, fue:
Cuando nada más importa

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