jueves, 28 de julio de 2011

Mariposas y realidad.

Se levantó con una extraña sensación en el estómago. Las mariposas que durante los últimos meses había intentado encerrar, se habían despertado de golpe. Porque jamás había conseguido matarlas, simplemente dormirlas.
Llevaba demasiado tiempo mintiéndose, levantando un muro entre ella y la realidad. Encadenando sentimientos. Se había dicho a ella misma que todo había acabado, que ya nada existía, y el frío la invadió. Pero, de repente, hubo algo que cambió. Él. Volvía a reaparecer… De pronto, juntas, desordenadas y sin sentido, mil sonrisas y mil lágrimas. Y en ese instante, que pudo durar 3 horas, o 3 segundos, se dio cuenta.
El muro se derrumbó, y los sentimientos se desencadenaron y gritaron. Con las misma fuerza de un huracán. El calor volvió de repente. Quemándola por dentro. Fue una explosión. De miedo, de alegría, de agobio, de rabia, de confusión, de locura, de euforia,  de recuerdos, de tristeza, de amor…
Y la verdad le ganó a la mentira.
Gritó, gritó, hasta que llorando no podía parar de reír.
Todo volvía a estar bien y a la vez, mal. Las flores de mil colores volvían a estar abiertas, el viento volvía a soplar, y el mar había vuelto a rugir con su fuerza habitual. Pero en el cielo, todavía amenazaban nubes grises, y en la calle, hacía frío.
Se levantó de la cama, la hizo, se dio una ducha, se vistió y se arregló. Le encantaban esos pantalones. Sabía que él le diría que eran horribles, pero, aún así, se los puso.
Cuando ya estaba lista, no supo qué hacer. El tiempo se le pasaba lento, más lento que nunca, y la espera se le hacía interminable. Estaba muy nerviosa. Le dolía el estómago y no dejaba de mirarse al espejo y mirar el reloj.  Iba a verle otra vez. Ese era su único pensamiento…
Se pasó así, andando de un lado a otro casi dos horas. Hasta que llegó el momento. Salió corriendo de casa. Tropezando con todo, porque lo cierto es que siempre había sido una torpe. Cuando llegó, pagó y se bajó del taxi. Y con el corazón latiéndole como nunca, comenzó a andar, buscándolo. Y cuando lo vio, sentado en aquel banco, de espaldas, esperándola… el mundo se le vino encima. Las piernas empezaron a temblarle y calló de rodillas. Se echó las manos a la cara y rompió a llorar. Porque la felicidad, intensa y breve como un beso robado, dolía.
Era más fácil ser cobarde, ponerse una máscara, esconderse en su mundo de oscuridad y mentirse. Si, es cierto, su vida era una farsa, pero al menos, no dolía. Sus sueños no podían hacerse añicos, porque ella ni se molestaba en hacerlos realidad. Todo era imaginario.
Por eso, aquella tarde, se levantó, se secó las lágrimas e hizo como si nadie la hubiera visto. Por eso llegó hasta él, indiferente, aparentemente bien, pero, con los ojos apagados. Por eso, aquel día le dijo que no le seguía queriendo, que ya le había olvidado, por eso volvió a dejar que el orgullo actuara. Porque las flores habían vuelto a marchitarse, el viento se había vuelto a cansar de soplar. Porque él mar ya no luchaba contra las rocas.
Porque la mentira, no dolía.
Porque para llegar a ser feliz de verdad había que bajar a la realidad y caer una y otra vez. Y ella, era demasiado cobarde.

No hay comentarios:

Publicar un comentario