Se levantó de la cama y olvidó dejar pasar la luz. Puso sus pies desnudos en el suelo, estaba helado...
Caminar descalza siempre había sido uno de sus placeres favoritos, dejarse llevar, despacio, a donde la guiasen sus pies. Pero eso, cuando todavía respiraba la compañía de las pequeñas maravillas de la vida. Ahora, la soledad ya no era dulce.
Ahora, todas las mañanas tenían sabor a café amargo y no iban acompañadas de poesía.
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