martes, 5 de marzo de 2013

Despertar

Rompimos todas las barreras de cristal en las que nos encerraban nuestros gritos más silenciosos. Rompimos aquel tétrico mundo de porcelana donde reinaba la soledad y un fantasma del pasado... Salimos de allí destruyéndolo todo y convirtiéndolo en un caos de reflejos, hasta que vimos el Sol, y nos quemamos. Olvidamos y ardimos en lo más profundo de una sombra iluminada.
Las heridas hechas por los trozos afilados de nuestros muros transparentes, ahora rotos, y la porcelana de unos ojos inertes, se abrieron y sangraron todas las palabras que llevábamos dentro.
Lloramos. Aquello era peor que nuestra nada opresora, las lágrimas se volvían negras y desgarraban el estómago hasta llegar al corazón... Había demasiada gente. Demasiada. El aire no llegaba, asfixia... asfixia
Demasiado humo no nos dejaba ver, los huesos fallaban en las rocas, seguíamos acostumbrados a la suavidad del silencio. Frágiles, como nuestro antiguo mundo. Inertes.
"¿Qué es peor, el infierno o la nada?"
Ya ni siquiera de eso estamos seguros, el dolor da la vida hasta que te ahogan las lágrimas, ¿y entonces qué?
Suicidio. Suicidio
Allí estábamos de vuelta a un mundo donde no habíamos estado, y al que volvíamos, sabíamos que aquello era la vida, aquel punto de inflexión. ¿Y ahora qué? ¿Vivimos y luchamos o volvemos a morir?

Y de pronto la respuesta se filtró por un rayo de Luna, y vimos en sus ojos indiferencia, como nunca. Dábamos igual, y sí, lo cierto es que preferimos sucumbir. Al menos el silencio y la soledad nunca nos abandonaron, son fieles a nuestros parpadeos y nos abrazan, hasta que no sintamos nada.
Anestesia.
Adiós

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