miércoles, 30 de marzo de 2011

Amar puede matar.

Quería gritar. Pero no podía.
Quería romper con todo, destrozarlo. Pero no podía.
Quería correr lo más lejos posible. Llorar. Pero no podía.
Lo único que hacía era sentarse al borde de la cama, sin mirar a ningún punto fijo, como si viera algo que lo demás no.
Sentarse con la mirada perdida y esperar no sé sabe a que. Impasible.
Lo único que pensaba, lo único que se decía todo el rato a ella misma era que jamás volvería a enamorarse. Que jamás volvería a cometer ese mismo error.
De pronto vio una cajetilla de tabaco en el suelo de su habitación. La habían pintado ella y una amiga suya. Antes, en letras negras se leía “Fumar puede matar”. Ellas lo habían tachado y pusieron “Amar puede matar”.
Se acordó de que en esa ocasión su amiga le había dicho:
“Que tonta... jajajajajaja. Lo pone en todos los paquetes de tabaco, y la gente sigue fumando...Así que lo mismo con esto ;) JAJAAJAJAJJJ”
Ella había sonreído.
Sonreír…ya casi no se acordaba de que era aquello.
En ese momento, por fin empezó a reaccionar, y miró hacia otro lado, mientras dos lágrimas caían por sus mejillas.
En ese momento se dio cuenta de que por mucho que lo intentara nunca podría dejar de amar. A no ser, que se volviera de piedra, y pensó, que eso era imposible.
En ese momento, algo le dijo que de poco valía ya el orgullo, que de poco valía ya nada.
Y gritó. Gritó, y empezó a correr, llorando, pensando que cuanto más lejos mejor, que los problemas se quedarían atrás, aunque en el fondo sabía que eso no ocurriría, no se paró.
Cuando ya estaba cansada, cuando le fallaban las piernas y la respiración, cuando los ojos se le habían quedado secos, y ya no tenía lágrimas que llorar, llegó a la playa, y calló al suelo. Estuvo un rato tirada, llorando, pero al cabo de un rato se incorporó despacio.
Se sentó en la arena, cerca del mar, se quitó los zapatos y los calcetines, y dejó que se le mojaran los pies.
Tenía frío, pero le  daba igual.
Sentada, a la orilla, pensó que no todo estaba tan mal, que las olas seguían rompiendo como siempre, que el agua seguía siendo igual de suave y agradable, y que, si tenía que morir, esperaba que fuera por amor.
Si todo salía bien, pues, perfecto…pero si no…
Ahora estaba segura, ahora se daba cuenta, lucharía hasta el final, hasta que todo estuviera realmente perdido y ya no quedara nada, entonces, se acostaría en la arena, y se dejaría llevar por el mar. Contenta, sabiendo que a pesar de todo, había hecho todo lo que podía, y que moría por algo que merecía la pena. El amor.  

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