miércoles, 30 de marzo de 2011

El viento.

Se sentó al borde de la cama, se frotó los ojos y se estiró. Se levantó despacio, como si un movimiento brusco pudiera provocar que se derrumbaran las paredes, bostezó.
Le dolía la cabeza.
Empezó a andar hacia el baño, despacio, el suelo estaba frío, y un escalofrío subió por su cuerpo. Eso hizo que la cabeza le doliera aún más.
Se miró al espejo, estaba pálido, despeinado y tenía ojeras. Mientras pensaba en el mal aspecto que tenía, aguzó el oído, y empezó a oír como la lluvia chocaba contra el tejado.
Salió del baño y volvió a su habitación, subió las persianas y vio nubes y más nubes cubriendo el cielo. Todo gris. De repente el viento le dio en la cara, con un aire frío pero suave, que le hizo cerrar los ojos y respirar hondo. Eso le alivió un poco el dolor de cabeza, pero no le hizo animarse. No se acordó de lo que era el viento.
El era bastante pesimista, todos los días, tenía que pasar algo malo.
Este no iba a ser distinto, porque llovía, y para colmo le dolía la cabeza.
Cuidadosamente, despacio, hizo la cama, cogió su ropa y fue a darse una ducha lenta, disfrutando de que el agua le bajara por el cuerpo. Las duchas lo aliviaban, pero no hacían que estuviera de buen humor.
Cuando estaba vestido, y más o menos peinado decidió salir a la calle. Le apetecía pasear.
Abrió la puerta y volvió el viento. Se metió las manos en los bolsillos y empezó a caminar, sin rumbo, sin pensar en nada más que en donde pisaba, mirando pero sin ver, escuchando simplemente el sonido de sus pasos.
Y así estuvo una hora, intentando relajarse, sonreír, pero no lo consiguió.
Cuando volvió a casa, se quitó la chaqueta, y se tiró en el sofá, pensando en por qué le irían las cosas tan mal. En por qué no habría nadie que estuviera con el, tirado a su lado diciéndole que siempre estaría ahí…por qué.
No se daba cuenta, llegaba a estar tan alicaído que ni siquiera notaba que el viento seguía chocando contra su ventana, intentando que lo escuchara, intentando decirle que si había alguien que siempre estaría ahí. Pero nada.
El volvió a quedarse dormido, con la sensación de que eso era lo único que quería hacer, lo único que valía la pena.
Porque se le olvidó el viento. El viento, que choca contra su ventana para llamar su atención, el viento que lo acompaña en sus reflexiones, en sus largos paseos, en sus sonrisas y en sus llantos.
Se le olvidó, que el viento, nunca se cansa de soplar.

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