martes, 29 de marzo de 2011

París, tú y yo.

Eran las tres de la mañana. Yo caminaba por un viejo barrio de París. Uno de esos barrios que nadie conoce, que se esconden en las sombras.
Iba en su busca. No podía dormir y salí a la calle porque tenía un presentimiento. Le encontraría. Necesitaba verle. Estos últimos días no habían sido fáciles. Demasiadas discusiones.
Caminaba ausente por aquellas calles, esperando ver alguna señal de movimiento. Esperando verle a el.
Cuando llegué a un parque que había a las afueras, me paré. Podía ser que… empecé a buscar. Estaba desierto, las farolas proyectaban mi sombra y la de los árboles. La de nadie más. Nadie en los bancos. Nadie. Hasta que de repente, una sombra, había alguien sentado en el muro. No me había equivocado. Estaba allí. Era el. Miraba a la encendida Torre Eiffel, con su pelo desaliñado, su chupa de cuero y un cigarro en la mano.
Me acerqué.
Al oír mis pasos se dio la vuelta. Cuando me reconoció, sonrió, le dio una última calada al pitillo y lo tiró al suelo. Se bajó.
Llegué hasta el, me abrazó. Después se inclinó hacia mí y me besó. Y yo, como siempre, tuve que ponerme de puntillas.
De pronto, una melodía empezó a sonar. Era un piano. Pero… ¿De donde venía? Allí no había nadie. Nos asomamos. Tampoco. Nadie.
Me apoyé en el muro, cerré los ojos. Sonreí. Aquello que llegaba a nuestros oídos era el Vals d’Amelie.
El cogió mi mano y la puso en su cintura. Nos pusimos a bailar.
Cuando el vals cesó y suavemente empezó otra melodía, paramos. Nos miramos. No habíamos cruzado una palabra desde que yo había llegado. Sonriendo me dijo:
-Hola.
Y yo, sonriendo a su vez, le contesté casi en un susurro:
-Hola.
Volví a apoyarme en el muro. El se puso detrás mía, rodeándome con sus brazos.
Así pasamos las pocas horas de noche que nos quedaban. Con la música de un piano sonando de fondo. Abrazados.

No hay comentarios:

Publicar un comentario