domingo, 3 de abril de 2011

El último tren.

Cerró el grifo y salió de la ducha.
El baño estaba lleno de vapor y casi no se veía.
Cogió su toalla y se la enroscó alrededor del cuerpo. De su pelo caían gotas de agua, que recorrían su cara y sus hombros.
Abrió la ventana y se apoyó en el alféizar a contemplar la noche. Adoraba darse duchas de agua hirviendo, con la luz apagada, después asomarse a la ventana y que el aire frío la acariciara. Suave.
Esa noche, por alguna razón que ella desconocía, todo estaba especialmente bonito, las estrellas, a pesar de que en el cielo había algunas nubes, relucían como nunca. El viento movía los árboles, que tocaban una melodía de ramas y hojas. Iba y venía al compás de los latidos de su corazón, acariciándole la cara húmeda.
A lo lejos, el mar, y un largo paseo lleno de luces. Detrás, la ciudad. Encendida. Brillante.
Todo estaba precioso. Cerró los ojos y disfrutó. De los sonidos, de la temperatura, de la naturaleza…
Estuvo así unos segundos, olvidándose de todo, hasta que, a lo lejos, empezó a escuchar una especie de maquinaria, un motor… Abrió los ojos a tiempo de dirigir su mirada hacia las viejas vías, y ver pasar un tren. Con personas y sus sueños, sus vidas, y sus motivos y formas de coger un tren. Algunos felices de volver, o de irse por un tiempo, o para siempre. Otros tristes. Emocionados. Muchos que van, muchos que vuelve, muchos que llegan…Muchos motivos distintos.
De pronto, una súbita inquietud se apoderó de ella. Miró el reloj. Tenía un presentimiento. En tren a Madrid salía en diez minutos.
Sin saber muy bien por qué, se vistió a toda prisa, y salió de casa con el pelo mojado. Por una parte, sabía que el no se iría. Miró hacia su muñeca. No podía irse. Pero, por otra, estaba insegura de lo que podía pasar.
Andando a paso rápido, cruzó la noche, hacia la estación. Como siempre, se iba fijando en la gente. Como en todos y cada uno de sus paseos. Iba pensando en quienes serían, en cómo, en cuando, y en por qué. Inventándose historias.
Cuando llegó al andén, todavía quedaban dos minutos para que saliera el tren. Lo buscó. No estaba.
Se sentó en un banco, respiró aliviada y se puso a contemplar a la gente, que iba y venía de los trenes, con sus maletas. Pensó en todas las historias que se podrían contar, en todas las vidas que quedarían sin escribir, y que algún día, serían olvidadas. Le encantaría saberlo todo de todos, y que nadie fuese olvidado. Que todos prevaleciéramos. Aunque sabía que eso era imposible.
Entonces, despacio, el tren salió, en dirección a su destino, y a ella el corazón empezó a latirle más deprisa. ¿Y si no lo había visto? ¿Y si se había ido? Sabía que lo reconocería a mil kilómetros, pero… ¿Y si no?
Se levantó, y corriendo, fue hacia una cabina. Para estar bien segura de que todavía seguía aquí, lo llamó a su casa, y para su suerte fue el quién cogió.
-¿Si?
-[…]
-¿Sí?
Colgó sin contestar. Simplemente sonrió y respiró con alivio. Se acordó de la conversación que habían tenido unas semanas atrás. El le había dicho que se había dado cuenta de que no era tan perfecto como creía. Ella se había reído. Le hubiera gustado decirle que para ella si lo era. Por una parte era cierto. Pero, por otra… claro que nadie es perfecto ¿Y qué? Ella, la reina de las imperfecciones le quería, con todas y cada una de las consecuencias que ello tuviera. Se alegró de tener a alguien cómo el a su lado.
Se dijo a si misma que era hora de volver a casa.
Andando decidió ir por el camino más largo. Al lado del mar. Su preferido 

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